Corrupción en New York
Con el título original de Broken City (Ciudad Rota) se nos presenta el primer trabajo en solitario del director Allen Hugues, quien anteriormente y siempre acompañado de su hermano Albert había filmado títulos tan exitosos como El libro de Eli, protagonizada por Denzel Washington o Desde el infierno, con Johnny Deep.
Estamos ante un thriller político donde el alcalde de la ciudad de los rascacielos contrata a un antiguo policía, despedido por un turbio asunto y que ahora trabaja de detective por su cuenta, para que investigue a su mujer, ya que cree que ella disfruta de una aventura amorosa extramatrimonial. A medida que el investigador avance en sus pesquisas, se verá envuelto en una trama (la que da lugar al título del film) en la que nada ni nadie es lo que parece.
De entrada lo más destacable de este film es su impresionante trío de protagonistas, y es que los nombres de Russell Crowe, Catherine Zeta Jones y Mark Whalberg ya constituyen una causa más que suficiente para pagar la entrada de cine sin chistar. Y lo cierto es que si la película se salva del naufragio total es gracias a ellos, ya que ponen todo su empeño y saber hacer en dotar de credibilidad a una historia que pierde fuelle a medida que avanza el metraje (quizás por la bisoñez de un guión, firmado por el debutante Brian Tucker, plagado de altibajos y lagunas argumentales).
De los tres, el que sale mejor parado es sin duda el primero, metido en la piel de un alcalde con un currículum plagado de corruptelas y chanchullos varios que es capaz de vender a su propia abuela para salvar su sillón consistorial. Cuando Crowe aparece en escena, con su porte altivo y socarrón, las expectativas de que el listón narrativo va a subir son muy altas, aunque después por desgracia asistimos a una serie de despropósitos en forma de secuencias de difícil credibilidad que echan por tierra cualquier esperanza acumulada.
Ni siquiera la presencia de algunos buenos secundarios que han toreado en mejores plazas, como puede ser el caso de Jeffrey Wright o Barry Pepper, dotan de enjundia a un conjunto cuyo principal defecto es el de propiciar unas expectativas en un primer tramo muy prometedoras para que luego quede todo en agua de borrajas. Y por si fuera poco, el realizador no es que esté precisamente afortunado en su puesta en escena ya que peca de ambicioso a la hora de querer mostrarnos una grandiosa épica de decadencia urbana y moral a través de unos estrepitosos movimientos de cámara más propios de un principiante que de alguien que ya tiene un bagaje en la industria.
De todas formas, hay que poner en el haber de la propuesta una buena fotografía a cargo de Ben Seresin, acostumbrado a este tipo de producciones donde la intriga y la acción van unidas de la mano, como demostró en Una buena mujer o Imparable; y que aquí nos enseña una Nueva York sórdida y nocturna que por momentos evoca a aquéllos clásicos de cine negro de hace sesenta años.
Poco bagaje para una producción que, desde luego, tenía los mejores mimbres para haber hecho un buen cesto, aunque el producto resultante diste mucho de ser una buena película y se convierta en un mero pasatiempo sin oficio, aunque seguro que con mucho beneficio de público.