Isla musical
El título Bronces en Isla Verde puede ser a primera vista desconcertante o extraño, en particular para un documental, por esa razón es refrescante ver un trabajo descriptivo tan efectivo como el de la directora Adriana Yurcovich. Vamos a esclarecer el nombre, en particular para quienes no saben del tema como, por ejemplo, quien escribe esta crítica y se desasnó completamente al ver el film. La referencia de bronces hace alusión a un festival de bronces, es decir, de los múltiples instrumentos que se realizan con este elemento. Por otro lado, Isla Verde es una pequeña localidad cordobesa situada en el departamento de Marcos Juárez. Es decir, el documental nos cuenta sobre este festival que moviliza a todo un pueblo, convirtiéndose en un evento social que modifica la vida de la comunidad que vive allí. Si bien su extensión puede en algún momento agotar la idea del relato, lo cierto es que se trata de un trabajo prolijo, emocional y con muy buena vibra. Decirlo así parece vacío, pero en verdad la calidez que transmite el documento de Yurcovich y el afecto que tiene por el evento a través de las figuras que pueblan la pantalla, hacen que tras los desoladores planos finales busquemos la forma de presenciar este festival alguna vez en nuestra vida.
La estructura del relato es simple: durante la introducción tendremos los preparativos y la expectativa del pueblo a la hora de recibir a los invitados, además de los detalles y el nerviosismo en la organización; durante el desarrollo veremos cómo toma forma el evento en Isla Verde, su impacto y sus múltiples actividades y escuelas; y, finalmente, el cierre muestra el impacto emocional de las despedidas, dejando en un contundente epílogo las imágenes de por qué el festival significa tanto para el pueblo. Esta estructurada sencillez tiene en el desarrollo sus momentos de mayor lucidez narrativa: son particularmente notables los montajes paralelos en el desarrollo, cuando se muestra en primera instancia el ensayo y luego vemos la actividad siendo interpretada sobre un escenario con el auditorio lleno. La astucia narrativa está en dejar entrever el nerviosismo y la energía del ensayo con la calidez de la recepción. Por otro lado, el film no tiene búsquedas visuales que nos permitan tener encuadres memorables, pero la capacidad descriptiva de los planos para definir la idea merecen especial atención: el auditorio en la calle con una mujer anciana acercándose con gran esfuerzo para ver una función callejera desde un encuadre fijo, un músico extranjero tocando enérgicamente y con curiosidad una campana escolar o el travelling que sigue a Lucía Zicos cuando quiere corregir a uno de sus alumnos.
Por otro lado, la música, que va del jazz al clásico y el blues tiene algunas interpretaciones memorables por parte de instituciones en la materia como Jon Sass, Chris Dickey o John Manning. No tan interesante es quizá el rescate de testimonios en charlas que en lugar de ilustrar el color local sólo consiguen extenderse en diálogos que no suman de ninguna forma al relato (y aquí pienso en el que gira en torno a los tatuajes, que sólo muestra los prejuicios de una gran porción de la sociedad argentina, pero que no tiene ningún justificativo en extenderse y ser reincidente en distintos momentos del film). Sin embargo, se trata de un documental que contagia su ánimo e invita a presenciar el festival y cómo se da ese intercambio cultural tan amplio en una pequeña comunidad, además de ofrecer una excelente selección musical.