Al otro lado del mundo
La última de las nominadas al Oscar en estrenarse, ‘Brooklyn’, también es la peor: un guión chato en el que se luce milagrosamente Saoirse Ronan.
Todos los años hay alguna película berreta nominada a los Oscar. El año pasado fue La teoría el todo y en otros años incluso las berretas fueron las que ganaron, como pasó con El discurso del rey o El artista. Berretas en el sentido de que por ahí no sean totalmente malas pero están hechas sin pasión, sin nervio. Son correctas pero demasiado cuidadosas, demasiado fieles a la formulita. Este año ese lugar lo ocupa la irlandesa Brooklyn.
Ambientada a comienzos de los años '50, Brooklyn cuenta la historia de Eilis Lacey (Saoirse Ronan), una joven que vive en un pequeño pueblo al sur de Irlanda junto con su hermana y su madre. Trabaja de vendedora los fines de semana a las órdenes de una jefa déspota, la típica vieja maledicente de los pueblos. Con toda la culpa por abandonar a su madre y a su hermana, y con todo el temor a lo desconocido, decide irse a probar suerte a Nueva York.
Eilis consigue trabajo como vendedora en una tienda de Brooklyn. Su jefa es más buena -y más linda, y más joven- que la de Irlanda (no es otra que Jessica Paré, la Megan Draper de Mad Men) y pronto conoce a Tony (Emory Cohen), un joven descendiente de italianos del que se va a enamorar y la va a ablandar y relajar, además de unirla definitivamente a esa ciudad hasta ese momento extraña y demasiado grande. Promediando la película ocurre algo que es mejor no adelantar, una especie de deus ex machina al revés, pero que obliga a Eilis a tener que optar entre Brooklyn y su pueblo. Y eso es todo.
Pero el problema no es tanto la simpleza de la historia sino la chatura con que está contada. Los personajes no son siquiera personajes, son nombres con cara que podrían ser aludidos por sus arquetipos: El Novio Bueno, La Hermana Abnegada, La Jefa Comprensiva. La relación entre Eilis y Tony carece de pasión y hasta de explicación: ¿por qué se enamoran? Lo único que podría hacer que nuestra atención se mantenga -¿la chica se quedará con el chico?- no funciona. No leí la novela de Colm Tóibín en la que está basada la película, pero resulta extraña tanta desidia en el guionista que la adaptó, que no es otro que Nick Hornby. Más extraño resulta que esté nominado al Oscar, aunque probablemente se lo deba a su renombre más que a su trabajo en particular.
Los dos plot devices que hacen avanzar la trama (el que ocurre en la mitad y otro, cerca del final) son arbitrarios y tramposos y ejecutan la tarea sucia de darle a la historia la ilusión de que está contando algo. Lo cierto es que si la trama avanza de esa manera es porque es incapaz de hacerlo como debería: Eilis viaja de un lado al otro del mundo no como consecuencia de su viaje interior, de su evolución como personaje, sino por los trucos de un guionista -o escritor: puede que esto sea deficiencia de la novela- que uno imagina sentado en su computadora, bien entrado el siglo XXI, apurado por entregar el material con el correo del productor abierto en su gmail.
Pero en el medio de todo esto, brilla con una luz cálida Saoirse Ronan, que logra encantarnos con un personaje que en los papeles tenía poco de dónde agarrarse. Es cierto que su evolución es torpe (pasa de tímida a extrovertida demasiado de golpe y con la sola excusa de su flamante relación, detalle que debería poner en alerta a l@s cazador@s de discursos machistas) pero sin una belleza fatal ni tampoco una arriesgada inversión corporal le da a su Eilis un aura cautivante.