Relato de iniciación, idealización del sueño americano, drama romántico...Todo eso está condensado en Brooklyn, película de John Crowley (basada en la novela homónima del escritor irlandés Colm Toibin) que competirá por varias nominaciones en los inminentes Oscars. Entre ellas, la de Mejor Actriz para Saoirse Ronan, que había brillado en Expiación (2007) como reparto y aquí vuelve a destacarse, esta vez para competir por el rubro protagónico.
Ronan encarna a Eilis Lacey, una joven que vive en un pueblo irlandés en los años 50 y, sin chances de progresar en su lugar de origen, parte a Brooklyn, Nueva York, para trabajar en una boutique y estudiar contabilidad gracias a los contactos de un sacerdote amigo que vive allí (el distrito neoyorquino es un bastión de la colectividad irlandesa). Como indican los cánones, los días de Eilis en la Gran Manzana no serán fáciles al comienzo (deberá adaptarse a las modas, a su nuevo empleo, a sus compañeras de pensión), pero con el correr del metraje poco quedará de esta chica modosita y aflorará una mujer cada vez más segura de si misma. Cuando encuentra al amor (el bonachón Tony, personificado por Emory Cohen) es prácticamente una ciudadana norteamericana, hasta que un suceso trágico la devolverá provisoriamente a su país y la hará replantearse sobre cuál es su lugar en el mundo.
La previsibilidad de Brooklyn no la convierte en una mala película, al contrario: entre sus méritos, la factura técnica es impecable y las actuaciones, no sólo la de Ronan, son muy sólidas. Pero todo aquí es tan clásico, tan prolijamente empaquetado, que hace suponer que un poco de riesgo no le hubiese venido mal al film.