Brooklyn

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Entre el amor y la patria

Si se permite una analogía, podría plantearse que “Brooklyn” es una construcción sólida y prolija cuyas piezas están acomodadas con precisión milimétrica. Pero de ningún modo sorprendente, audaz o alejada de las convenciones. Es el trabajo de un artesano, nunca de un autor decidido a dejar su marca. Esto no impide que la película, que se coló entre las nominadas al Oscar, posea varios atributos. Más bien se traduce en cierto insalvable distanciamiento con el espectador, que nunca llega a identificarse con las encrucijadas que atraviesa la protagonista. Todo se asemeja demasiado a un perfecto mecanismo de relojería donde cada engranaje está en su lugar. Funciona muy bien, pero no conmueve.
Cuidadosamente ambientada en la década de 1950 (éste es uno de los aspectos logrados del film, el detalle que se observa en la reconstrucción de los distintos escenarios) “Brooklyn” es una crónica de las vivencias de la veinteañera irlandesa Eilis Lacey (Saoirse Ronan) desde el momento en que decide abandonar el opresivo ambiente de su pueblo natal para probar suerte en Estados Unidos, donde poco a poco logra asentarse, encuentra trabajo, se enamora del plomero Tony (Emory Cohen) y comienza a edificar su sueño americano a pequeña escala. Sin embargo, su patria la reclama a partir de una inesperada tragedia familiar y a partir de ahí Eilis deberá tomar decisiones que alterarán el curso de varias vidas.
Más allá de la gran belleza estética, acentuada por el excelente trabajo de fotografía, que impregna el film, la ligereza y corrección con la que el director, John Crowley, aborda temas complejos como el amor, las relaciones familiares, el sexo, la muerte y sobre todo el desarraigo, contribuyen a acrecentar el efecto de distanciamiento. Por caso, la legendaria (y breve) secuencia de “El padrino II” (1974) que muestra al joven Vito Corleone a bordo de un barco atestado de inmigrantes que observan la Estatua de la Libertad con una mezcla confusa de temor y esperanza es más elocuente que la travesía marítima que emprende Eilis: aunque la nostalgia y sus secuelas deberían ser evidentes, estos sentimientos nunca terminan de cuajar.
Gran actriz
Lo que eleva a “Brooklyn” por encima de la media y diluye en gran parte sus deficiencias es la actuación de Saoirse Ronan, merecedora de una nominación al Oscar que finalmente quedó en manos de Brie Larson por “Room” (2015). Ronan domina con firmeza todas las escenas, maneja a la perfección los diferentes registros. Convence tanto en los momentos en que prevalece el melodrama como en aquellos otros donde el humor funciona como necesario contrapunto. Un ejemplo de sus cualidades interpretativas es el monólogo ante la tumba de un ser querido. Es uno de los pocos instantes en que la película logra franquear sus obstáculos y emocionar. Mérito que corresponde por completo a la actriz.
Con apenas 21 años, hija del actor Paul Ronan, despuntó en “Expiación: deseo y pecado” (2007) con un papel secundario pero de gravitación esencial en la trama, mostró un talento absorbente en “Desde mi cielo” (2009) y probó fuerzas como heroína adolescente en los thrillers “La huésped” y “How I Live Now” (ambas de 2013). Sin embargo, la intepretación que propone en este drama romántico implica un giro en su carrera que pone de relieve su versatilidad y la afianza entre las más prometedoras de su generación. En el mismo rumbo, es un acierto en “Brooklyn” la ubicación estratégica de dos actores secundarios de comprobada solvencia como Jim Broadbent como cura neoyorquino que colabora con la adaptación de los inmigrantes irlandeses y Julie Walters como rígida pero benévola propietaria de la pensión que aloja a Eilis.