Brooklyn

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

Una película con buenas intenciones y personajes queribles no es necesariamente una buena película

Brooklyn, otra película misteriosamente nominada para un Óscar. Su insipidez es tan evidente como sus buenas intenciones; su falta de imaginación cinematográfica es apabullante, su retórica mecánica, una invitación a la fatiga, ni qué decir del candor obsceno con el que se tratan los potenciales conflicto de la trama. A su favor, su modestia y el deseo de retratar el preciso momento en el que una persona cualquiera elige su propio camino. Legítima elección que requiere un poco de brío, virtud desconocida en este relato con vocación inspiracional.

El filme transcurre a mitad del siglo pasado. Es tácito que Europa ha salido de una guerra, lo que podría explicar la falta de horizontes para los pobladores de un pueblo irlandés, aunque el sentido histórico de este filme se circunscribe al mobiliario, la indumentaria y un respeto por los buenos modales que incluye una circunspecta forma de entender el erotismo. Que Estados Unidos resultaba un horizonte de sentido para una joven inquieta como Eilis, la heroína de Brooklyn, es aquí una petición de principio.

Es así que en menos de 15 minutos, la chica ya está subida a un barco despidiéndose de su madre y su hermana mayor. En el navío, una pasajera con experiencia le (y nos) explicará el ABC de la vida de todo inmigrante. Mucho más tarde, Eilis repetirá el procedimiento en un mismo espacio, una prueba necesaria de su aprendizaje. La escena aludida puede pasar desapercibida, pero es la que articula la didáctica general del filme. Lo que no debería pasar inadvertido es la simulación física de la escena. El mar inexistente adquiere su presencia digital como fondo, la iluminación excesiva lo delata y la película expresa su triste confort enraizado en el diseño. Más que un filme es un póster de una época por el que se mueven los personajes.

Estados Unidos es la panacea. Una sociedad dinámica y pletórica de oportunidades, que rápidamente albergará a Eilis. Conseguirá trabajo, conseguirá un novio, también inmigrante, aunque no será irlandés, y a medida que pase el tiempo dejará de pensar en su patria. Hasta que una desgracia la obligue a regresar por un tiempo, lo que incluso puede poner en riesgo su flamante matrimonio. He aquí la enunciación de un drama que permanecerá como esbozo.

Frente a Brooklyn, de John Crowley, escrita para el cine por Nick Hornby y basada en una novela de Colm Tóibín, que un filme como Carol, de Todd Haynes, no esté entre los candidatos es un escándalo. Ambos están situados en el mismo período y son deudores de una novela. Pero una es una película notable y la otra una pulcra ilustración en imágenes de una pieza literaria. A esto último se le llama cine académico. El desdén por la forma cinematográfica es parejo al desgano con el que se encaran los materiales del relato para neutralizar el poder expresivo del cine a costa de asegurar asentimiento y comodidad. Demagogia benevolente de Brooklyn, un remedo de cine clásico.