Selena (Érica Rivas) es una madre soltera que vive con su hija Belén (Miranda de la Serna, hija real de la actriz protagónica), de 17 años, en una humilde chacra en las afueras de un pueblo donde, debido a sus conocimientos de magia negra, es catalogada como “bruja”, en un mote no exento de desprecio y discriminación.
Sin embargo, ella nunca usó sus conocimientos para lastimar a terceros, hasta que el secuestro de Belén y una de sus amigas (hija del personaje interpretado por Pablo Rago) en manos de una red de trata de jóvenes la obligará a cambiar su posición y poner toda la carne al asador para encontrarlas, aun cuando en el pueblo nadie confíe en ella.
La nueva película de Marcelo Páez Cubells (Omisión, Baires) aspira a hacer de la brujería una posibilidad real, sucia, polvorosa, algo que logra sobre todo durante la primera mitad del metraje. Allí Rivas monopoliza la acción con una actuación soberbia: todo en ella es locura, explosión, sensualidad. Distinto es el caso de su partenaire Leticia Brédice, que está más cerca del color y la exuberancia de Moria Casán que de la maldad intrínseca que requiere una villana en el cine de género.
Porque Bruja es una película de terror fantástico con indudables tintes sociales, un relato que dialoga con la coyuntura a través de la problematización del rol femenino en la sociedad. Ese diálogo se hará evidente a medida que avance el metraje y Selena se alce sola contra el sistema, todo en medio de varios efectos especiales llamativamente pobres para los cánones del cine género local. Con algo más de sugestión Bruja podría haber sido una película mejor de la que es.