Es poco habitual que el cine argentino se juegue al género de terror con ambiciones o a películas como Bruja, que proponen una lectura con anclaje casi histórico de cuestiones como la magia negra y el ocultismo: la brujería como forma de discriminación. En este caso, de Selena (Erica Rivas), que malvive con su hija adolescente en las afueras de un pueblito, donde no le permiten encajar, aunque no haga mal a nadie, porque, bueno, es una bruja. También es interesante la idea de que este personaje, con sus poderes, conviva aquí y ahora con los comunes mortales. Y que sea una madre amorosa y atenta, que prohíbe a su hija tener celular y, claro, se preocupa cuando la nena desaparece.
Porque todo ese poder latente parece capaz de estallar ante la necesidad. Y cuando la joven (Miranda De la Serna, hija de Rivas) es secuestrada junto a otras chicas por una especie de red de trata muy cruel, la venganza puede ser terrible. Con las virtudes de su búsqueda, que no son pocas, Bruja tiene problemas de puesta, cuando el exceso -con la suma de los efectos visuales- va en detrimento del peso dramático. Y los apuntes sociales se perciben demasiado evidentes y subrayados. Incluso en una película como esta, menos puede ser más.