Cruce de géneros sin atractivo
Desde la condena de Moisés y las hogueras del Medioevo hasta el cine de Carl Dreyer y la cacería de Salem de Arthur Miller, la bruja fue siempre sinónimo de lo incómodo dentro del universo femenino, aquello que amenazaba el orden, que debía ser perseguido y aniquilado. Siguiendo esa premisa, Bruja comienza en un bosque donde la niña Selena recibe la profecía de su destino. Ya adulta y madre soltera, Selena batalla con los prejuicios y las malas caras de un pueblo rural hasta que el peligro que asedia a su hija la lleva a cumplir aquel mandato originario.
La historia se prestaba para el cruce entre un tema de actualidad y la estética artificial de un género: la trata de personas y el cine de terror. Pero en ese intento de alquimia, la película se extravía, sin saber cómo jugar con la ambigüedad de Selena, con el potencial de sus poderes, y cómo seguir los pasos de una investigación con aspiraciones de realismo. No hace ni una cosa ni la otra, la investigación resulta inverosímil, el magnetismo de Érica Rivas está desaprovechado y el sino trágico de la mujer incómoda es normalizado en una madre desesperada.
Marcelo Páez Cubells ( Omisión) nunca consigue una puesta en escena oscura y terrorífica, y deja a su película atrapada en una estructura maniquea, con huecos narrativos y desvíos policiales innecesarios. Lo único que podría haberla salvado es la prometida disputa entre Rivas y Leticia Brédice como dos fuerzas incontenibles, pero nunca logra concretarlo.