Pichón de Frankenstein
Como un sábado cualquiera, Bruno termina su día de trabajo repartiendo paquetes en su motoneta, ansioso por empezar el fin de semana con sus amigos. Antes de poder escaparse, su tío y empleador lo convence de hacer un último viaje: esta vez no para entregar alguno de los extraños objetos que consigue a pedido de sus clientes, sino para ir a retirar de un laboratorio un tónico que -según su creador- es capaz de devolverle la vida a su amado perro. Pero un accidente hace que su tía se convierta en la nueva destinataria del tónico.
Como siempre que hay de por medio un científico jugando con cadáveres, lo que cree ser un breve contratiempo lo enreda en una serie de eventos que lo ponen en riesgo, a la vez de descubrir una conspiración que oculta el hecho de que hace décadas hay seres viviendo entre nosotros que subsisten a base de carne humana. En unas pocas horas, su plan de diversión para el fin de semana se reemplaza por otro que incluye enamorarse de una joven recepcionista, enfrentarse a matices de cadáveres y volver a unir la cabeza de su tía con su cuerpo.
El absurdo coherente
Algunas narraciones parecen creer que pegarse la etiqueta del absurdo les permite arrojar en una pila cualquier cosa que se les ocurra, aunque después no tengan forma de conectar en una misma trama, justificando cualquier incoherencia con ese título. No es el caso de Bruno Motoneta, donde cada cosa que sucede, por más ridícula que parezca, en algún momento termina encajando en un conjunto, contando una historia coherente y conectada sin dejar muchas cosas como simples caprichos sueltos.
Por el contrario, si algo se le puede criticar es cierta necesidad de sobrexplicar algunas situaciones en vez de confiar en que se entendieron de la forma esperada; aunque no es un rasgo poco común en comedias que apuntan a un perfil familiar.
Como viene sucediendo con la camada de realizadores salidos del cine de género independiente, entre los que aparece Parés (Daemonium, Plaga Zombie), apuestan fuerte al diseño de arte para contar parte de la historia. Eso hace que existan entornos, elementos de utilería y vestuarios bastante originales, dando solidez a los personajes por más ridículos que puedan resultar, construyéndole un universo de marco a la película que no por recordar a clásicos del género deja de tener una identidad propia.
Desde lo interpretativo, el peso mayor recae sobre la química entre los protagonistas juveniles, que son a su vez muy bien apoyados por sus compañeros más veteranos. El tono general los obliga a caminar por el peligroso borde de la exageración y, por momentos, pierden el equilibrio, pero es también ese ambiente general lo que vuelve perdonables a los desarreglos.
Conclusión
Con un tono bastante absurdo pero inocente que apunta mayormente al público familiar, Bruno Motoneta es una original comedia; aunque peca de algunos excesos y sobrexplicación de chistes, cumple con su meta de entretener sin dejar afuera al público no tan juvenil.