El himno de un corazón
Poeta, músico y cantante argentino, líder del mítico grupo Los Abuelos de la Nada. Miguel Ángel Peralta nació en 1946 en la localidad de Munro, de padre desconocido. Parte de su infancia la vivió en un orfanato. Su nombre artístico, Miguel Abuelo, surgió de un libro del escritor Leopoldo Marechal, “El Banquete de Severo Arcángelo”.
Autodidacta, al que echaron de todos los colegios, leía desde Nietzche a Marechal. Le gustaban las sambas y el rock. Con la música -que tampoco había estudiado- tenía una relación natural y espontánea como si hubiese nacido cantando. Miguel Abuelo fue un personaje discepoliano como el de “Cafetín de Buenos Aires”; tan argentino (o más precisamente porteño) como una criatura de Roberto Arlt, construido en la calle, en las mesas de café, en las peñas de música subterráneas.
Mezcla de cabecita negra y roquero de vanguardia, fue un espíritu trotamundos, sin amarras y su música también lo fue. Al borde de la marginalidad pero con una chispa de genialidad como para desafiar al resto del mundo.
A su temprana muerte, en 1988, la leyenda sobre su figura recién comenzaba. La música de Miguel Abuelo no ha perdido frescura ni vitalidad ni vigencia y su encanto perdura en el tiempo.
Lo que ya no está
Formalmente es un documental con las dificultades propias de referirse a alguien que ya no está, porque se depende exclusivamente de archivos (fotos familiares, fragmentos de recitales y reportajes, archivos caseros). Esto supone un titánico trabajo de búsqueda en la preproducción y luego un laborioso trabajo de edición.
“Buen día, día” sigue un relato, prolijo y cronológico, donde con el fondo de su música y poemas, o su propia voz extraída de reportajes de la época, se escuchan comentarios evocativos de músicos y amigos como Gustavo Bazterrica, Andrés Calamaro, Horacio Fontova, Luis Alberto Spinetta y Cachorro López, entre otros.
De su vida afectiva solamente se habla de su pareja, Krisha Bogdan, la joven bailarina que conoció en su gira europea y con la que tuvo su único hijo Gato Azul. Este vínculo padre-hijo (visible ya en el afiche que difunde la película) es la base sobre la que se construye el eje argumental: Gato Azul recorre en su motocicleta las nocturnas calles porteñas, buscando reconstruir la imagen del padre ausente y en ese periplo surreal se va cruzando con amigos y conocidos que le aportan información, imágenes y letras de canciones.
Emotivo tributo
El escaso material fílmico de los inicios de Abuelo -que son los comienzos mismos del rock argentino- es suplantado por fotos fijas, originales clips de animación y por sus poemas inéditos que aparecen por gentileza del archivo de Juan Alberto Badía. El período ochentesco es el más rico en filmaciones, como la de un show al aire libre o la multitudinaria presentación de Los Abuelos en el Luna Park. Realizada en distintos formatos (betacam sp/Hd/Dvcam) algunos a medio camino entre lo digital y lo analógico, acorde a la época que cubre y al collage que el film ofrece.
El cariño y el respeto de los realizadores del documental se evidencia en su forma de observar al personaje del que eluden las zonas oscuras y repercusiones en torno de su muerte temprana.
El film termina con una dedicatoria al padre de uno de los realizadores y a sus propios hijos (apenas un detalle sólo registrado por quienes se quedan hasta el final de los créditos), pero ese detalle corrobora las ideas subyacentes de reconstrucción y deconstrucción de una figura paterna por un hijo, que en la película está presente desde el afiche y es la conexión básica que da continuidad a los fragmentos.
“Buen día, día” es un documental interesante y recomendable, que se convierte en un tributo a un artista mitificado por su contradictoria aureola de marginalidad y genialidad, apagada fatal y prematuramente, en pleno éxito de esta banda emblemática del pop y el rock de los años ochenta.