Una señora viuda que nunca sintió verdadero placer erótico decide contratar a un prostituto para darse la posibilidad del disfrute. Por cierto, hay sexo aunque, pensándolo bien -y dados los resultados- es una película carente de erotismo. Es una curiosidad esto, pero no algo que no esté perfectamente planeado. Se trata de un film de cámara que funciona, como una obra teatral, en un espacio perfectamente acotado y con solo dos protagonistas. Pero es cine en la medida en que funciona el fuera de campo, la interrupción del montaje y la investigación de la cámara más allá del diálogo. El lector ya sabe que lo que se establecerá aquí es una relación de simpatía mutua en la que ambas partes van a descubrir que el mundo es más grande que sus prejuicios, y que el sexo es nada más que vehículo y excusa para que se establezca una conexión humana. Los dos actores hacen que creamos en sus personajes con un virtuosismo invisible.