Basada en una sarcástica obra de Noel Coward, Buenas costumbres cuenta con la inesperada mirada del director de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, Stephan Elliott. Se trata de la reaparición de un realizador muy poco prolífico, el film nombrado, su ópera prima, data de 1994, y su segunda pieza ya tiene casi diez años de estrenada. Y este cineasta australiano que tiene aquí el desafío de adaptar a este prestigioso autor al frente de un elenco repleto de figuras, se puede decir que arriba a buen puerto, sin apartarse del espíritu del dramaturgo y aportando algunos toques ácidos y de humor grotesco que aggiornan al original.
El arranque de Buenas costumbres muestra imágenes proyectadas en un cine de los años veinte que combinan tomas de archivo con agregados digitales actuales que dan la sensación que el film va a transitar por el terreno de la gran recreación de época con historias cruzadas entre muchos personajes. Pero no, la trama nunca se diversifica demasiado, restringiéndose a un enfrentamiento entre una dama de buena familia británica que transita su decadencia y su flamante nuera, una sexy y glamorosa joven mujer estadounidense que además está adelantada a su tiempo –aún hoy lo estaría-, ya que es corredora y líder en carreras de autos. Un joven, frívolo y –en apariencia- acaudalado caballero inglés se casa impetuosamente con ella y al poco tiempo la lleva a su hogar familiar, confrontándola inconcientemente con su rigurosa, hiriente pero a la vez lúcida y sabia madre. La dinámica familiar que gira alrededor de ellas dos, incluyendo la servidumbre, los allegados, las costumbres y pasatiempos al aire libre, funcionan como un sustancioso desfile que caracteriza a un film que atrae sin pausas pero que no mueve a grandes reflexiones.
Tampoco son muy necesarias, estas Buenas costumbres redondean un momento de agradable buen cine con estupendos intérpretes como Kristin Scott Thomas, Colin Firth, Kris Marshall y la cada vez más bella Jessica Biel.