A veces dos mundos completamente diferentes se encuentran por esa incauta ley de la atracción de los opuestos. Un choque de planetas colosal que desparrama su fuerza invadiéndolo todo. Pero semejante guerra de galaxias tiene un límite finito. A la velocidad de la luz se acabó lo que se daba y aquí no ha pasado nada. O algo así.
Cuando Larita (Biel) y John (Barnes) se vean, él se dejará conquistar por la belleza y la acción de una mujer moderna, ella dejará caer las barreras autoimpuestas por un pasado triste y le dará una oportunidad a la juventud inconsciente. Son los ’20. Larita viene de América y se hizo sola. John es inglés de pura cepa, de familia de alcurnia y ni un centavo para sostener ese mundo de apariencias. Choque de culturas. Sobre ese eje principal se desarrolla Buenas costumbres (basada en la obra de teatro de Noel Coward, a la que también recurrió muy libremente en un filme de sus comienzos Alfred Hithcock), haciendo de las antinomias y diferencias un cóctel de diálogos filosos, retruécanos punzantes y disputas subterráneas que removerán todos los suelos existentes.
La parte femenina de los Whittaker, con mamá (Scott Thomas) a la cabeza, creerán a la americana una cazafortunas, una arribista, una casquivana que atrapó en sus redes al inocente benjamín de la familia, cuando la conozcan rectificarán que se han quedado cortos y es peor de lo que pensaban. Larita piensa por si misma y además dice aquello que piensa. Mientras ellos cultivan la simulación cortés. “Eres inglesa -le dice el padre (Firth) cuando la hija aduce no poder cambiar la cara ni el estado de ánimo ante la inminente llegada a la mansión familiar de la nueva pareja-, aparenta”. Sólo esta figura masculina (y el servicio doméstico) será un apoyo incondicional para la “diferente” y buscará su propia liberación a través de este cruce.
Además de la transitada pelea suegra-nuera y sus derivados humorísticos (si al menos no se es ninguno de los implicados), el eje contrapuesto modernidad-tradición aporta momentos reideros pero lentamente irá aflorando una base trágica que matizará personajes, situaciones, historias y le dará sustancia al guión.
Un gran reparto consigue lucirse y hacer lucir el texto al que el director remoza y traduce en imágenes que hablan de reflejos y multiplicaciones y deformaciones: lentes, espejos, binoculares, superficies acuosas, etc.
Hay pasiones desenfrenadas, hay encantamientos encantatorios, hay afectos subyugantes. El amor suele, además, ser otra cosa.