No me esperen a tomar el té
A pesar de sus orígenes teatrales, Buenas costumbres del director Stephan Elliott (aquel de Priscila la reina del desierto) se aleja por mérito propio del convencional teatro filmado gracias a un buen trabajo de fotografía y una cuidada dirección que aporta un ritmo ágil a una trama en la que abundan estereotipos y cuotas de sarcasmo con el sello británico. Esa galería de personajes bien construida pero sin demasiado desarrollo es, entre otras cosas, el obstáculo principal de una comedia que si bien se sostiene nunca termina por tomar vuelo para declinar levemente hacia su media hora final.
Fiel a la tradición victoriana y con una acertada reconstrucción de época, el relato se instala a mediados de los años 20 durante la franca decadencia del Imperio Británico resumida en los avatares de una prototípica familia inglesa venida a menos. Haciendo gala de esa frase que reza “si hay miseria que no se note” la dueña de casa, Mrs. Whittaker (Kristin Scott Thomas, un nivel por encima del resto del elenco) vive junto a sus dos hijas y un esposo sobreviviente de la guerra (Colin Firth, apenas sobrio y muy desaprovechado) manteniendo los hábitos y las costumbres del puritanismo imperante en esos tiempos. Por eso, ante la inminente llegada de su hijo primogénito, quien tras un viaje por algunos países de Europa conoce y se enamora de una joven norteamericana algo desenfadada, la avasallante Larita (Jessica Biel, bella y ajustada al papel que le tocó interpretar), saca a relucir todas sus características de suegra diabólica buscando la complicidad de sus dos hijas solteronas que no pueden evitar cierta envidia ante la extraña que ha robado el corazón de su hermano.
A modo de contrapunto, con el explícito intento de generar un choque de culturas, la rígida y conservadora de los británicos contra la liberal y desprejuiciada de los norteamericanos, el film construye una mirada sarcástica sobre estos dos elementos insertándole algunas situaciones que permiten el lucimiento de diálogos filosos y gags muy bien comenzados pero mal resueltos por exceso de repetición.
Entre música Charleston, arrebatos pasionales de las dos féminas en pugna, la historia transita por los carriles normales de cualquier novela a lo Jane Austen con la ironía de un Oscar Wilde y el tratamiento de un producto Hallmark.