Orgullo y prejuicio
La obra de Noel Coward de los años ´20, llega como comedia con toques contemporáneos.
Devolviéndole algo de aquel encanto entre leve y oxigenante que tenían las buenas comedias dramáticas ambientadas en mansiones en la campiña inglesa, con familias numerosas y conflictos y secretos ídem, Buenas costumbres viene a traernos una mirada cínica sobre el comportamiento de la sociedad de aquel país. Y también de la estadounidense, con este choque de caracteres y culturas que nace cuando el joven John Whittaker (Ben Barnes), heredero de una familia que disimula hasta donde puede que está venida a menos, presenta a su joven e independiente esposa norteamericana a sus padres.
La pieza de Noel Coward -que había sido llevada al cine por primera vez en 1928 por Alfred Hitchcock, antes de que el maestro se dedicara de lleno al suspenso- es terrible al presentar y examinar a cada personaje. Por más que cada uno sea fácilmente etiquetado a primera vista -suegra anticuada y hostil, suegro depresivo y cínico, marido tironeado entre lo que siente por Larita y las buenas costumbres, sus hermanas eternamente perdedoras- ese aire de sarcasmo que campea por el relato es tamizado por alguna situación cuasi disparatada que vive, o síntoma de integridad y fuerza interior de alguno de los personajes.
Kristin Scott Thomas es la suegra en rigor, y por más que se esfuerce en parecer pérfida y hacerle la vida imposible a su nuera, es difícil no caer ante sus encantos. Un acierto del director australiano Stephan Elliott (Las aventuras de Priscilla, reina del desierto) fue la elección de Jessica Biel para la desprejuiciada Tarita, corredora de autos que gana el Grand Prix de Mónaco y enamora al joven Whittaker. Primero ella trata de integrarse a la familia, pero bien pronto reprimirá esos sentimientos, los mismos que Colin Firth, como el abúlico Sr. Whittaker, dejará de lado, ya harto de estar harto y no sentir nada por su mujer.
No es sencillo encontrar el punto medio, o mejor, el acertado, entre la comedia y el drama, pero Elliott da en el blanco con apuntes -observen qué le pasa a la mascota perruna de la Sra. Whittaker- y verdades reveladas cuando nadie las espera escuchar. Cuando por momentos parece una comedia de enredos, el director pega el volantazo y con un enfoque más contemporáneo, deja a Buenas costumbres en la mejor senda.