Empecemos esta crítica aclarando quien fue Noel Coward. Actor, dramaturgo, músico, director, hombre de múltiples talentos, se trató de una de la personalidades más importantes y prestigiosas del teatro británico del siglo XX, a la altura de un Laurence Olivier o un John Gielgud. Sin embargo el nivel de ironía, cinismo y crítica contra la burguesía y nobleza británica, eran parte de su toque de distinción por encima de los autores contemporáneos.
La obra Easy Virtue fue uno de sus primeros éxitos. La escribió cuando tenía veintitantos de años, y tal fue su repercusión que un joven director británico de 29 años y un futuro prometedor, llamado Alfred Hitchcock, hizo una película muda sobre la obra que no tuvo demasiada difusión, a comparación del resto de la obra del director.
Es por esto, que a 80 años de aquel estreno, el director australiano, Stephan Elliott que tuvo un interesante debut cinematográfico hace unos 16 años atrás con Priscilla, Reina del Desierto (donde se destacaban como travestis, los desconocidos, Guy Pearce y Hugo Weaving, junto al veterano Terence Stamp) a lo que le siguieron films bastantes convencionales, adapta nuevamente esta obra de Coward, con resultados, bastante más trascendentales.
El joven y aristocrático John Whitaker, se casa con una corredora de autos estadounidense, de orígenes humildes, Larita y la lleva a Inglaterra, a las tierras de su noble familia, una mansión monumental, donde viven su altanera madre, su rezagado padre, veterano de la Primera Guerra Mundial, y sus dos tímidas hermanas, junto a toda la servidumbre, por supuesto.
La llegada de la joven, bella, atractiva, rebelde, contrasta con la elegancia, clase, y conservadoras tradiciones de la aristocracia británica, despertando celos y suspicacias. Especialmente de la madre, Verónica, quien no solo ve en ella una competencia, una usurpadora de su hijo, sino la razón por la que puede caer toda su distinción en la sociedad. Pronto entre ambas habrá una lucha de poder, donde Verónica, tratará de convencerla de que se divorcie de John y se vaya de la casa. Sin embargo la convivencia con el resto de la familia no será tan fácil tampoco.
Esta aparente comedia satírica contra las clases nobles británicas de los años ’20 mantiene el cinismo y el típico humor británico, para desnudar y criticar la frialdad de sus reacciones, de sus intenciones, las falsas apariencias y el doble discurso.
Juego de modernidad y conservadurismo, en todos los aspectos (el más obvio es una carrera entre una moto y caballos), donde las posiciones de dos continentes (dos generaciones, dos clases sociales) lleva a sacar las verdaderas máscaras de las personas.
Elliott es sútil, irónico y original para poner la cámara y la estética. Desde homenajes a los afiches, el cine mudo, hasta el uso y abuso de espejos, planos secuencias llamativos, se nota que Elliot quiere destacarse sobre las tradicionales transposiciones de época. Los momentos humorísticos son efectivos, e inclusive no molesta la teatralidad de la mayoría de las escenas.
Sin embargo, en la mitad de la obra, cuando esta se vuelve, previsiblemente dramática, la película empieza a decaer un poco, aunque el remate final es de por sí divertido y coherente con el resto de la película.
Abundan homenajes y Elliott, al contrario de Hitchcock, decide no profundizar demasiado el aspecto policial de la misma. Como siempre, el maestro del suspenso, no podía con su genio y convirtió una comedia en un thriller con juicio y todo. Este aspecto, Elliott lo eludió por completo, abocándose a criticar las miserias de la clase noble, y explotando a los personajes, especialmente de los padres de John, así como demostrando el estado psicológico de los soldados, sin importar la clase social, tras una guerra.
Impecable en la reconstrucción histórica, Elliott acierta en la elección de la mayor parte del elenco, sobretodo en los excelentes Kristin Scott Thomas y Colin Firth como los padres de John. Sorprende la bella Jessica Biel, demostrando que puede tener un personaje más complejo que la típica sex symbol de las mediocres comedias, películas de terror y acción en las que participó en Estados Unidos. También se destacan, la no tan reconocidas Kimberly Nixon y Katherine Parkinson como las hermanas de John y Kris Marshall como el sirviente, en el cual Elliott, se da libertad para incluir homenajes a Alec Guiness y La Fiesta Inolvidable.
El que desentona en este elenco es el “Príncipe Caspian”, Ben Barnes como el joven John Whitaker. Parece que un personaje complejo, más allá de lo superficial e ingenuo que parezca todavía le queda grande. Esperemos que sea mejor su interpretación como Dorian Gray.
Otro elemento muy destacable en la película es la excelente banda sonora, a cargo de la “Easy Virtue Orchestra” conformada por el propio Elliott y el elenco, que interpreta temas escritos principalmente por Cole Porter, algún que otro tema contemporáneo (como “Sex Bomb”) en tono de Foxtrot, y temas del mismísimo Noel Coward, lo que conforma un homenaje completo hacia la obra de este gran artista.
Buenas Costumbres es una comedia entretenida y pasatista, que recuerda un poco al cine de Robert Altman, pero con menos profundidad e implicancias sociales, y por supuesto, sin las intenciones transgresoras, del director de M.A.S.H. quien sin duda, hubiese sido el director ideal para esta película.