Son como niños (y con niños)
Figura clave de la segunda ¿o tercera? camada de la denominada Nueva Comedia Americana, Nicholas Stoller fue otro descubrimiento de la factoría de Judd Apatow, ese Rey Midas que suele bendecir y lanzar a tantos realizadores e intérpretes para luego dejarlos en libertad de acción para que desarrollen de forma independiente sus carreras. Pese a los múltiples elogios recibidos, ninguno de los tres largometrajes previos de Stoller (tiene también un telefilm) se estrenaron en los cines argentinos, aunque sí llegaron con no poca demora al DVD (y, claro, circularon por todas partes en la web) con curiosos -por decir algo- títulos locales: Cómo sobrevivir a mi novia/Forgetting Sarah Marshall (2008), ¿Cómo sobrevivir a un rockero?/Get Him to the Greek (2010) y Eternamente comprometidos/The Five-Year Engagement (2012).
Así como para dos de sus films apelaron al “Cómo sobrevivir a…”, en este caso bien podrían haberlo titulado “Cómo sobrevivir a los vecinos”, pero finalmente quedó el Buenos vecinos (el original es el aún más simple Neighbors).
Mac y Kelly (Seth Rogen y la australiana Rose Byrne) son una pareja que está tratando de poner fin al período de abstinencia sexual luego de haber tenido una beba. El tiene un trabajo que no le gusta, pero que les ha logrado conseguir un techo propio. Ambos desean regresar de a poco al mundo “real”, recuperar ciertos hábitos de cuando eran jóvenes solteros, pero el sentido de la responsabilidad y, sobre todo, el cansancio hacen que se sientan bastante frustrados. Más o menos las mismas problemáticas de cualquier matrimonio con hijo...
Pero a los pocos minutos ven cómo la adorable pareja gay de la casa de al lado se muda y, en su lugar, llegan decenas de adolescentes que conforman una cofradía fiestera denominada Delta Psi Beta, una hermandad de muchachos cuya único objetivo en esa etapa de la vida parece ser la parranda eterna. Mac y Kelly intentan convivir con sus bulliciosos vecinos liderados por Teddy (Zac Efron) y Pete (Dave Franco), primero por las buenas y luego, por supuesto, por las no tan buenas, dando lugar así a una guerra que generará todo tipo de enredos, confabulaciones y víctimas de ambos bandos.
La película no es particularmente sorprendente ni inspirada, pero sostiene durante casi toda su hora y media de duración una innegable e irresistible simpatía (salpimentada por algunas irrupciones de humor absurdo que sí tienen efecto hilarante).
Aun en sus momentos más mediocres (cuando no logra trascender los estereotipos a-lo-Adam Sandler o apela a los viejos chistes escatológicos de siempre), Buenos vecinos nunca cae por debajo de una medianía muy llevadera. Y, cuando logra conectar con ese síntoma social de la angustia de hombres inmaduros incapaces de asumir responsabilidades y compromisos (el personaje de Rogen), se convierte en una mirada bastante punzante y descarnada. No es una gran película (ni pretende serlo), pero bien vale acercarse a este primer desembarco de Stoller y compañía en los cines argentinos.