Guerra de veredas
Seth Rogen y Zac Efron se enfrentan en la comedia Buenos Vecinos, una propuesta con muchos lugares comunes.
Hay una especie de subgénero en el universo de las comedias norteamericanas que engloba un fenómeno extendido por aquellos pagos: el de las fraternidades de estudiantes universitarios, que conviven en una misma casa haciendo de su periodo académico una maratón de jodas, alcohol y sexo.
Por lo general, se retrata a los especímenes que viven esa etapa como grandes descerebrados, y algo de eso hay en Buenos Vecinos, uno de los estrenos de esta semana en las salas locales.
Protagonizada por el ex chico Disney Zac Efron y por uno de los representantes de la comedia fumeta americana, Seth Rogen, la película es un rejunte de lugares comunes picoteados de innumerables filmes de trama similar.
Una pareja joven con una bebé se las tiene que ver con lo que indica el título, es decir con los vecinos, aunque claro que de buenos no tienen nada, porque se trata precisamente de uno de estos grupos de chicos, para más datos los Delta Psi Beta.
El tema es que comienza entre ambos bandos una guerra sin cuartel para ver quién se impone: si el desenfreno de los pibes o el tipo que hace poco dejó su época juvenil y ahora está estrenando paternidad.
Escalada. Una vez que el argumento propone cómo están dadas las cosas, se desencadena una sucesión de agresiones y hostilidades entre los personajes de Rogen y Efron.
Pero aquí hay que tener en cuenta que en ocasiones, el tratamiento de lo bizarro o lo escatológico se termina fagocitando en un redundar vicioso sin llegar a ningún lado.
No son muchos los que pueden manejar el absurdo de manera tal que logre la risa y además redondee algo pasable, como lo han hecho en más de una oportunidad los hermanos Farrelly (Tonto y retonto, Locos por Mary, por citar un par de sus trabajos).
Aquí, Nicholas Stoller (un tipo que tiene sobrada experiencia en la "nueva" comedia, como escritor y director) se pierde en la maraña de gags, algunos acertados por supuesto, pero no le aporta algo más de sustancia a un guión endeble.
Por esto es que Buenos Vecinos termina como una simple continuidad de situaciones en las que conviven el humor negro, fiestas descontroladas y hasta algo de melodrama.
Si hay que buscarle una vuelta un poco más profunda, lo que muestra la cinta es el choque entre dos generaciones: una que ve frente a sus ojos lo que dejó de ser hace muy poco tiempo y que debe apechugarle a la "adultez", y la otra que se encuentra en el medio de ese estado casi autista de irrealidad bañada con hectolitros de cerveza.
Encima hay que pasar el chubasco siendo padres, cosa que está bastante alejada de tener un manual de instrucciones. Pero incluso desde esta perspectiva, Buenos vecinos peca de meter en la bolsa algunos estereotipos.
En definitiva, es una propuesta para ese público que no se cansa de ver comedias juveniles con ese toque de humor pesadito que ya se instaló como un tópico recurrente.