La risa, ese gran elemento terapéutico
Seth Rogen, Rose Byrne y Zac Efron se lucen en una de esas películas en las que no hace falta esforzarse para encontrarle diversión, con la base de un conflicto imposible de resolver entre un matrimonio y sus salvajes vecinos fiesteros de high school.
Buenos vecinos es una película divertidísima. Una de las más divertidas en bastante tiempo. Eso tiene que ver con varias cosas. El enfrentamiento que plantea, entre un matrimonio con una nena de meses y los veinteañeros que acaban de mudarse a la casa de al lado, viviendo de fiesta en fiesta (a cuál más ruidosa), es básico, pero también fatal. No hay solución, y eso comunica a la película la desesperación que sienten los protagonistas. Uno es Seth Rogen, uno de los pocos actores (ni qué hablar en Hollywood) capaz de transmitir la sensación de que no está actuando, sino que es él el que vive lo que le pasa, que suele ser incómodo, y dice las cosas que dice, que suelen ser graciosísimas. Y la dirige Nicholas Stoller que, aunque esta vez no escribió el guión, es un tipo muy gracioso, tal como demostró en la anterior The Five Year Engagement (2012) y sobre todo en Cómo sobrevivir a mi novia, uno de las mejores exponentes de la Nueva Comedia Estadounidense (Forgetting Sarah Marshall, 2008, ambas editadas en DVD). ¿Que Buenos vecinos es una película conservadora? Ese es otro tema, que enseguida se verá.
“Parece un tipo diseñado para gays”, dice Mac (Rogen), cuando junto con su esposa Kelly (Rose Byrne) espían desde la ventana a Teddy, uno de sus nuevos vecinos (Zac Efron). “Tu torso es como una flecha que parece señalar hacia tu pija”, completa más tarde. Rodeado de decenas de chicos y chicas que descargan un camión entero provisto de cantidades industriales de six packs de cerveza (idénticos al six pack que a Teddy se le dibuja en el torso torneado), el ex High School Musical es, notoriamente, el líder de esa fraternidad. Fraternidad que, como todas las de los high schools, lleva por nombre letras griegas. Alfa Delta Pi o algo así. Cuando pongan el cartel identificatorio en la casa que acaban de comprar, al lado de la de Mac y Kelly, debajo del nombre pondrán su distintivo: una planta de Cannabis sativa.
Los pibes (y pibas, aunque la película hace más hincapié sobre ellos que sobre ellas) hacen todo un culto de la historia de wild parties de la fraternidad, que incluye el invento de vomitar-y-tomar, vomitar-y-tomar. Historia que en la fiesta de todas las fiestas ellos aspiran a honrar mediante tachos estratégicamente ubicados, en los que se queman kilos de yerba, para aromatizar el ambiente. La mecánica de Buenos vecinos es muy sencilla: los chicos hacen fiestas salvajes todas las noches hasta cualquier hora, y Mac y Kelly, que ya de por sí duermen poco por cuestiones de amamantamiento (una escena en la que Kelly le pide a Mac que la “ordeñe” es para ver), necesitan que los chicos la corten. Primero intentan la vía diplomática, que incluye participación en una de las fiestas. No hay caso: a la noche siguiente, vuelta al quilombo.
Denuncia anónima a la policía, que se convierte en pública, por culpa del agente a cargo. Recrudecimiento a full de las hostilidades. Denuncia ante la decana del high school, a cargo de una no muy lucida Lisa Kudrow, que explica que mientras la cosa no derive a escándalo nacional no piensa mover un dedo. Intento de vender la casa, con agente inmobiliaria que explica, con la mayor impasibilidad, que los únicos que pueden comprar una casa que tiene por vecinos a miembros de una fraternidad son... los miembros de otra fraternidad. Buenos vecinos es parejamente desternillante. ¿Que es conservadora? Puede entenderse así, teniendo en cuenta que los héroes de la película son un matrimonio middle class: desde su punto de vista se organiza la narración.
Hay más de un atenuante. El primero es que lo que defienden Mac y Kelly no es el american way of life, sino el derecho al sueño. El segundo es que, en tren de promover identificaciones fáciles, los chicos de Alfa Delta Pi no están cargados de elementos negativos. Son fiesteros y promiscuos, con algún atisbo de homoerotismo asomando por ahí. No son jodidos, ni perversos, ni idiotas, ni malos bichos. O sea que conservadurismo, hasta ahí nomás. Y diversión de punta a punta.