Final de fiesta
Buenos vecinos, de Nicholas Stoller, enfrenta a una pareja de padres treintañeros y a una fraternidad universitaria hedonista, y extrae de ese contraste sus gags y chistes generacionales.
Alero eficaz de Judd Apatow, Nicholas Stoller ha aportado un par de dignos ejemplares a ese fenómeno tan nutrido como indefinido que se dio en llamar Nueva Comedia Americana. Así y todo, tal vez su mayor aporte cinematográfico no fue como director sino como productor y coguionista de la maravillosa Los muppets (2011).
En la exitosa Bueno vecinos, Stoller vuelve con un tema recurrente del género, el temor a la adultez. Mac (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) viven su recién estrenada vida de padres jóvenes en un apacible suburbio estadounidense, alternando entre trabajos desgastantes, sexo feliz pero poco frecuente y una dedicación doméstica que tiene a su bebé como centro. Hasta que a la casa de al lado se muda una fraternidad universitaria liderada por el musculoso Teddy (Zac Efron), que comienza a atosigar a la pareja con su loop de fiestas ruidosas y hedonistas.
Suerte de precuela treintañera de Bienvenido a los 40 dividida por un cerco de Spring breakers, el filme de Stoller extrae de ese contraste y roce de medianeras sus gags y chistes intergeneracionales.
“De repente parpadeás y sos el más viejo de la fiesta”, se queja Mac con voz ronca, que junto a su mujer amagan con boicotear la juerga de al lado a la vez que añoran la diversión sin límites de las viejas épocas estudiantiles. Su rutina de hecho es exigua y el foco se pone en la más atractiva casa de al lado, con un vengativo Efron como fundamental hallazgo.
El mérito de Buenos vecinos es captar ese quiebre absoluto en la vida actual, una alternativa cerrada y excluyente entre hormonales fiestas zombies y el porvenir árido y sobrecargado de responsabilidades que viene después, que tampoco será benigno con el poco adepto al estudio Teddy.
Y, con ello, el no juzgamiento y la aceptación cómicamente comprensiva de que cada edad tiene lo suyo, y que ya sea con pectorales o grasa de más siempre hay una lección que aprender, otra aventura por enfrentar. Lo decisivo es la existencia de esa cerca fabulosa, que nos permite espiar cómo fuimos y cómo seremos.