Una pareja de treinta y pico, padres de un bebé, se encuentra viviendo al lado de un par de postadolescentes que viven de fiesta en fiesta. Primero hay amabilidad, después hay quejas, después, guerra. Sin embargo, el film no es precisamente un constante viaje al disparate cómico, sino que balancea sus posibilidades de provocar risas con una atención inusual hacia los personajes. No es que hablen a la pantalla y expongan largos monólogos sus más profundos pensamientos: lejos estamos de Bergman (por suerte). Pero la historia sacrifica las posibilidades de humor mecánico y disparatado para que podamos comprender por qué hacen lo que hacen cada una de sus criaturas. Seth Rogen le saca aún más punta a su personaje típico, el tipo que se negó a crecer mucho tiempo y finalmente tomó la decisión. Y la sorpresa de la película (para quienes solo lo tienen por High School Musical, algo ya prehistórico a estas velocidades) es Zac Efron, que en lugar de parodiarse a sí mismo explora lo que todo sex symbol tiene de perverso y desagradable. El resultado es cómico e interesante, combinación ganadora.