Luego de cinco películas de duraciones kilométricas, cada una más grande, desprolija y confusa que la anterior, la saga Transformers pega un giro de 180° con este spinoff (y precuela) centrado en los inicios del conflicto en la Tierra entre los Autobots y los Decepticons. Más allá del cálculo en la decisión de sumarse a la ola de títulos ambientados en los ’80, Bumblebee es un digno entretenimiento familiar.
Las razones del cambio hay que buscarlas, ante todo, en el alejamiento momentáneo de Michael Bay de la dirección. El responsable de las cinco entregas anteriores, que aquí oficia como productor, cede el mando a Travis Knight. Formado en el terreno de la animación bajo el paraguas del estudio Laika (Coraline y la puerta secreta, ParaNorman), el director de Kubo y la búsqueda samurái abraza las postas habituales de los relatos de aventuras juveniles y le imprime a Bumblebee una escala humana.
La acción transcurre en 1987, cuando Optimus Prime (el líder de los Autobots) envía a este pequeño robot amarillo a buscar refugio para su especie en la Tierra. Luego de años de abandono en un taller mecánico, este por entonces viejo Escarabajo amarillo cruza camino con Charlie (Hailee Steinfeld), una jovencita fierrera que descubre la verdadera identidad de este robot noble y juguetón. Ambos deberán luchar contra un grupo de soldados que, guiados por los Decepticons, intenta cazar a Bumblebee por su supuesta peligrosidad.
Si las películas anteriores eran puro chapa contra chapa, esta reduce los enfrentamientos a la mínima expresión posible. Knight está más interesado en el núcleo emocional del vínculo entre la chica y el robot, al tiempo que evita cualquier atisbo de seriedad mediante el uso autoconsciente de chistes y situaciones cómicas. El resultado final es, entonces, un entretenimiento liviano que se asume como tal, a diferencia del resto de una saga que se tomaba demasiado en serio a sí misma.