El equipo que venció a la desmemoria
El experimentado documentalista pone el foco sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense y consigue que su compleja tarea resulte comprensible a los ojos del espectador promedio. A pesar de la inevitable carga emotiva, las imágenes nunca resultan morbosas.
Investigador del discurso televisivo y licenciado en psicología, Miguel Rodríguez Arias encaró un trabajo sumamente necesario que demuestra que el cine no es solamente un mero circuito de entretenimiento: también puede funcionar como una correa de transmisión de la historia. Su más reciente documental, Buscadores de identidades robadas, busca desentrañar cómo reaccionó un grupo de profesionales frente al terrorismo de Estado y cómo, a través de la ciencia, se podía llegar a la verdad y colaborar con la Justicia, vinculándola con los derechos humanos. El film narra la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), surgido en 1984, cuando la democracia era incipiente y cuando todavía lo sucedido durante la dictadura cívico-militar no estaba tan asimilado por la sociedad argentina como está en la actualidad. Es que este contexto de país, con una activa política de derechos humanos y con la Justicia trabajando en los procesos contra los genocidas es el que favorece que se realicen trabajos como el que desarrolló el creador de Las patas de la mentira. Por eso este documental se vuelve necesario: aporta su cuota de compromiso con la historia reciente.
El EAAF surgió luego del asesoramiento del prestigioso antropólogo forense estadounidense Clyde Collins Snow y de Eric Stover –entonces director del Programa Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia–, quienes llegaron a la Argentina para realizar los primeros trabajos con profesionales argentinos. En sus inicios, el EAAF estaba compuesto por cinco personas. Dueño de un prestigio mundialmente reconocido, en la actualidad el EAAF tiene 60 integrantes –entre los cuales también hay médicos, odontólogos forenses, biólogos y genetistas–, tiene tres oficinas en el país y su labor ha sido requerida en 45 países. Sin embargo, cuando empezaron la tarea no fue sencillo porque, a la par de la soledad en la que trabajaban, fueron declarados Personas No Gratas por la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín, el mismo que impulsó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que generaron un debate al interior del equipo, ya que sentía que soplaban vientos de impunidad. Sin embargo, primó la cohesión de sus miembros porque sintieron una enorme responsabilidad de continuar con su trabajo. Los resultados están a la vista: al momento de terminado el documental, el EAAF lleva identificadas a 577 personas.
Si se tiene en cuenta que el EAAF suele tener un perfil bajo –sus miembros, dueños de sólidos principios, ejercen la ética científica pero no la declaman–, la tarea de Rodríguez Arias fue difícil: convencerlos de hablar de su trabajo. Una vez logrado el objetivo, este documentalista experimentado, realizador de 38 audiovisuales, puso en imágenes el surgimiento, crecimiento y consolidación del primer equipo de antropología forense de América latina que comenzó a buscar la identidad de las personas desaparecidas a través de un método que consistía en la aplicación de técnicas de la arqueología y que se fue mejorando con los nuevos avances de la ciencia: a fines de los ’80 se produjo un cambio enorme cuando se descubrió que se podía identificar a personas con el ADN de los huesos –la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo fue fundamental desde el inicio– comparándolo con el de familiares directos, algo que hasta entonces sólo podía hacerse con tejido blando.
La estructura narrativa de Buscadores de identidades robadas es clásica. El modelo “cabeza parlante” es el elegido por Rodríguez Arias y tiene su justificación para hacerlo: había que contar temas difíciles de explicar de manera sencilla. Por lo tanto, se necesitaba de la palabra de los expertos, quienes relatan su trabajo con un lenguaje llano, conciso y comprensible para quien no es un profesional. Este es uno de los méritos del documental: logra contar la historia del EAAF sin dejar afuera a quienes no entienden de antropología, biología ni arqueología. El relato se combina con imágenes de trabajos de exhumación de restos en cementerios, de las mesas donde depositan los huesos encontrados, con el agregado de la especialidad de Rodríguez Arias: material de archivo audiovisual donde se ve a los antropólogos trabajando y, en algunos casos, visitando programas de televisión para contar sus novedades. Vale recalcar que el trabajo es sumamente respetuoso con las imágenes de los restos óseos; aunque impactan por lo que significan, el cineasta nunca cae en golpes bajos ni escarba en lo morboso, mérito suficiente que lo coloca a la altura de aquello que pretende hacer visible.