ANÁLISIS: BUSCANDO A DORY (FINDING DORY, ANDREW STANTON, ANGUS MACLANE, 2016)
VOLVER A LA HOME
Por: Jessica Blady
TAGS: PixarFinding DoryAndrew Stanton
AddThis Sharing ButtonsShare to WhatsAppShare to TwitterShare to Facebook
Una de las mejores películas de Pixar vuelve en forma de secuela y no decepciona.
Una de las mejores cosas que nos regaló “Buscando a Nemo” (Finding Nemo, 2003), además de ser una de las historias más tiernas de Pixar, es uno de sus personajes más queridos y reconocidos. A lo largo de su primera aventura acuática nos enamoramos y nos reímos con Dory (aunque también un poquito de ella), sin darnos cuenta de lo trágica que podía ser su historia personal a causa de su condición.
Desde el vamos, “Buscando a Dory” (Finding Dory, 2016) podría considerarse una mala idea, pero todo cobra sentido cuando nos damos cuenta que no sabemos absolutamente nada de la vida de esta azulada criatura. Por ahí viene la mano de esta nueva secuela del estudio de la lamparita, una continuación que tardó trece años en materializarse, pero valió realmente la pena.
Dory (voz de Ellen DeGeneres en su versión original) es uno de los personajes más optimistas que tiene el universo animado, y esta característica tan particular es, justamente, su mejor instrumento para asimilar los problemas (los propios y los ajenos) y no dejarse amedrentar por sus limitaciones o, en tal caso, por lo que piensen los demás. Un mensaje simple y sencillo que cala hondo, más allá de las humoradas y las aventuras, sobre todo si pensamos que no deja de ser una película para los más chicos.
La historia arranca un año después de que Marlin (Albert Brooks) cruzara el océano para reencontrarse con el pequeño Nemo. Dory pasó a formar parte de esta anaranjada familia de peces payasos, más que nada, por no tener otro lugar a dónde ir. Pero pronto empieza a tener algunos recuerdos aislados, flashes que van y vienen de sus destartalada memoria, que le indican que, allá afuera (y alguna vez), formó parte de una hermosa familia junto a su mamá y su papá, peces cirujanos (es la especie, no su profesión, ja) que hicieron todo lo posible para preparar a su retoño para enfrentarse a un mundo en desventaja.
Esta pulsión interior de pertenecer, tan propia de los seres humanos, es lo que impulsa a la pececita a iniciar una nueva odisea, casi imposible, para hallar a su familia en algún lugar de California. Una vez más, su falta de memoria a corto plazo y la incapacidad para seguir instrucciones es su mayor obstáculo, pero Marlin y Nemo se ofrecen a acompañarla, porque eso es lo que hacen los amigos.
Así comienza una nueva travesía, de esas que siempre forman parte del nudo central de las películas de Pixar, donde los personajes (generalmente) deben encontrar la forma de volver a casa. Sólo que acá es diferente: Dory no está perdida (desde un punto de vista literal), está buscando su verdadero lugar en el mundo.
Esta búsqueda los acerca hasta el Instituto de la Vida Marina, un acuario gigantesco cuya misión principal es rescatar, rehabilitar y liberar a los animalitos que más lo necesitan. La determinación de Dory la lleva a adentrarse en las instalaciones del lugar para encontrar a sus papás y, de paso, hacer buenas migas con Hank (Ed O'Neill), un pulpo malhumorado con su propia agenda, y un montón de criaturas que podrán, o no, ser de ayuda en esta misión.
Todo aquello que nos enamoró de Dory (y nos hizo reír hasta las lágrimas) cobra un nuevo significado con esta segunda parte. Nada queda librado al azar y se nota la maestría de Andrew Stanton a la hora de delinear personajes y un sinfín de situaciones hilarantes (realmente hilarantes) que esconden otras más emotivas y llenas de buenos sentimientos. Dory es la verdadera protagonista, pero es su interacción con los otros lo que impulsa esta gran historia.
Visualmente, “Buscando a Dory” no tiene punto de comparación. La hiperrealidad del océano y sus criaturas, enseguida se contrasta con lo caricaturesco de algunos personajes, una cualidad muy especial que debe estar presente porque, al fin y al cabo, esta es una película sobre animalitos parlanchines.
Mi recomendación es verla en su idioma original (y quedarse hasta el final de los títulos). Los chistes toman mucha más relevancia y algunas sorpresas se pierden en el doblaje latino, correcto pero con falta de efecto en cuanto a ciertas voces se refiere. Igual, esto es sólo un detalle menor porque la esencia sigue estando en su historia y sus personajes, algunos de ellos increíblemente bizarros (y muy queribles) que se suman para esta segunda parte.
Al final resulta que “Buscando a Dory” era algo que necesitábamos sin siquiera saberlo. Una secuela totalmente necesaria que le da un poquito más de sentido, y una hermosa historia de fondo, a este entrañable personaje.
Dejen el raciocinio de lado y sumérjanse (literal y metafóricamente) en esta nueva aventura pixariana liderada por una protagonista que comprende a la perfección sus limitaciones, pero no por ello deja que las adversidades ganen la partida. Nada mejor que seguir el consejo de Dory, porque cuando las circunstancias de la vida nos derrotan sólo se puede seguir adelante…, obviamente nadando.