Un prodigioso viaje al fondo del mar.
La aceptación de la pérdida, la superación de los propios límites y la complejidad de las familias ensambladas son temas que atraviesan esta nueva aventura del gran director de Buscando a Nemo y Wall-E, que después de la fallida John Carter recupera su mejor nivel.
Tras su paso en falso en el cine hecho con actores (o live action, acción en vivo, según su designación en inglés), Andrew Stanton vuelve a los dibujos animados. Y lo hace, claro, a través de Pixar, que es algo así como “la casita de los viejos” para él y la media docena de artistas como John Lasseter, Peter Docter, Brad Bird, Lee Unkrich y Dan Scanlon, que a través de esa compañía le dieron forma a la última gran revolución cinematográfica, creando además la filmografía más extraordinaria y regular de los últimos 25 años. Cuatro años después de la fallida John Carter –fallida como adaptación de la novela Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs, pero sobre todo fallida como película–, Stanton regresa a esa gran usina de ideas de la cual surgió para filmar Buscando a Dory, segunda parte (o spin off) del que fuera su trabajo consagratorio, la increíble Buscando a Nemo, estrenada en el año 2003.
Si algo demostró Stanton en aquella película y revalidó luego en la no menos lograda Wall-E (2008) y que extrañamente brillaba por su ausencia en John Carter, es una capacidad infrecuente para utilizar el lenguaje cinematográfico para transmitir emociones. Y eso sin despegarse nunca de una estructura narrativa eficiente y construyendo personajes que siendo vulnerables desde lo emotivo, sin embargo no presentaban puntos débiles en su función de piezas necesarias de esa estructura. A partir de la excelencia en el manejo de esas herramientas, ambas películas conseguían el milagro, infrecuente en el cine, de proponer un mensaje claro pero sin subrayados groseros y sin olvidar que en realidad las buenas películas, solo por eso, por ser buenas, tienen el poder, muchas veces incluso a su pesar, de transmitir alguna enseñanza. Buscando a Dory no es la excepción. Stanton sabe lo que quiere contar y no pierde una sola escena en hacer algo que no sea funcional a ese objetivo.
Planteada al principio como un montaje paralelo entre el pasado y el presente de Dory, aquella pescadita que parece salida de un libro de Oliver Sacks, pero que a pesar de sus graves problemas con su memoria de corto plazo en la primera película ayudaba al pez payaso Marlín a encontrar a su hijo perdido, Buscando a Dory avanza sin pausa. Lo cual no significa que abrume al espectador ni mucho menos que se desentienda de él, sino que nunca se demora en plantear los conflictos sobre los cuales girará la historia. Tampoco se excede en explicaciones retóricas ni pierde tiempo en presentar a los nuevos personajes, ni permite que ellos abusen de la herramienta del discurso para hacer explícito todo aquello que puede ser expuesto desde la acción. De ese modo se puede decir que Buscando a Dory es una película de acción, no porque pertenezca estrictamente al género de las persecuciones y las prodigiosas coreografías kinéticas (aunque incluye ambas cosas de manera soberbia), sino porque Stanton es consciente de que las acciones son el motor del drama y dirige la película con esa máxima como norte.
Si todos esos méritos cinematográficos no fueran suficientes, en Buscando a Dory no sólo funcionan todos los resortes indispensables en una película de animación contemporánea (esas que nunca se olvidan que los que pagan las entradas son los padres), sino también los de la comedia, el drama y, como ya se dijo, la acción. Y además encaja a la perfección con el sentido que hereda de la primera parte, Buscando a Nemo, complementándose con ella con precisión. Si en aquella toda la aventura de búsqueda que Marlín y Dory emprendían al ir tras el rastro de Nemo no era sino una grata excusa para hablar del valor de las diferencias, de la aceptación de las limitaciones y de los vínculos de padres e hijos, aquí se dan algunos pasos más en la misma dirección, pero un poco más allá. La aceptación de la pérdida, la superación de los propios límites y la complejidad de las familias ensambladas son temas que atraviesan esta nueva aventura, que tampoco se priva de incluir una escena de escape que supera incluso a lo que suelen imaginar la mayoría de los blockbusters en la actualidad. Y se atreve incluso a las bromas cinéfilas, como las reiteradas citas a Aliens, de James Cameron.