Era tan difícil atreverse a una segunda parte del clásico Buscando a Nemo que Pixar se tomó trece años. La expectativa era máxima con esta especie de secuela que en realidad es un spin off, pues toma a un personaje secundario, la adorable y olvidadiza Dory, y lo transforma en protagonista. Ahora es Dory la que busca, pues recordó que tiene unos padres, y eso dispara la aventura en la que la acompañarán una serie de personajes nuevos, mientras Nemo y su padre la buscan a ella.
Dory, ya saben, es un personaje riquísimo, una poética y conmovedora caja de sorpresas cuya vida es de por sí una aventura, entre el inconsciente y los recuerdos, las lagunas y las revelaciones. Buscando a Dory es una declaración de amor por la aventura, en varios sentidos capaces de emocionar profundamente. Sensible y divertida, de un nivel artístico y una belleza apabullantes, vuelve a demostrar, por si había algunas dudas después de la neurocientífica IntensaMente, que la mejor factoría de animación del mundo es capaz de hablar de cuestiones complejas también a un público infantil. Y de regresar con gloria, una década después, a uno de sus territorios más sagrados. Te vas a reír y vas a llorar de la manera más genuina.