LOS PECES DE LA BUENA MEMORIA
Buscando a Dory es una secuela y fundamentalmente un spin-off, dos conceptos que habitualmente el imaginario popular adjudica a la falta de creatividad. Y son conceptos que, en el fondo, exhiben el sentido más industrializado del cine: ese que manufactura películas pensando en el público previo que un producto puede tener y su rendimiento futuro en la taquilla. Para más detalles, Buscando a Dory es secuela y spin-off de Buscando a Nemo, una de las películas más exitosas en toda la historia de la compañía Pixar, y en su momento el film animado más taquillero de todos los tiempos. Industrializado, manufactura, producto, compañía, taquilla, términos administrativos que remiten al capitalismo y parecen lejanos al cine, que es un arte y que por eso -se supone- debería estar motorizado por la imaginación y el espíritu filantrópico. Pero en ese océano llamado Pixar, estas nociones duras (y oxidadas) sobre el cine tienden a quebrarse y a demostrar que tras las secuelas, spin-off y precuelas puede haber ideas, bellas, que amplían un mundo resignificándolo y justificándolo fotograma a fotograma.
Aunque muchos arruguen la nariz, lo de las secuelas no es nuevo para Pixar. La tercera película de la compañía, por ejemplo, fue Toy Story 2. Incluso han incursionado en la precuela con Monsters University y ya Cars 2 fue una suerte de secuela con spin-off. Y en ninguno de los casos, más allá de buenas o malas películas, se puede hablar de pereza o falta de imaginación. Si hubo pifies fuertes (Cars 2), todo tiene que ver con una apuesta que resultó fallida, nunca con ir a lo seguro. Toy Story fue cimentando film a film una reflexión sobre los vínculos y el paso del tiempo que profundizó en la angustia existencial de sus personajes (y de nosotros, espectadores); la precuela de Monsters Inc. transitó con creatividad, inteligencia y emoción el subgénero de películas universitarias; y la citada Cars 2 se pensó desde el lugar del niño que puede usar un autito de juguete (ese autito, el Rayo McQueen, metalenguaje del merchandising incluido) para involucrarlo en una historia de acción y aventuras, en clave Bond como para sumar pertinencia cinematográfica.
¿Cómo ingresa entonces Buscando a Dory en la ecuación? Hay que pensar antes nada que 2015 fue un año particular para Pixar: sus dos estrenos (Intensa-Mente y Un gran dinosaurio) fueron conceptos nuevos, algo que en el cine de alto presupuesto actual parece impensado. Los resultados fueron dispares, Intensa-Mente fue un éxito descomunal, de público y de crítica, y Un gran dinosaurio fue castigada con apatía por la crítica y desdén por el público: fue el film menos exitoso de la compañía. Desde lo personal, tengo que decir que Intensa-Mente resulta una película decididamente insatisfactoria, que apuesta a preceptos que se alejan profundamente de lo que sostuvo históricamente la obra de Pixar. Va definitivamente por el mensaje sobre lo narrativo, pierde el humor y ritmo habituales, y más allá de aciertos esporádicos es un film que se sostiene en la sobre-explicación y en la supuesta complejidad de un andamiaje más ingenioso que inteligente. Es la apuesta de Pixar por atraer otro tipo de público, ese que pretende al cine como herramienta. Nunca como un fin en sí mismo. Un gran dinosaurio es otra cosa, es el regreso del mejor Pixar, ese capaz de emocionar de manera sofisticada (el vínculo Arlo-Spot, su acercamiento a partir de las ausencias que comparten, la resolución del conflicto sin la necesidad de diálogos es de las cosas más bellas que ha firmado Pixar), creando personajes imperecederos y que se definen por medio de la acción. Claro, su apuesta inicial por el cuento infantil y su estructura simple la hicieron ver como una película tradicional, demasiado tradicional, quedando soslayada toda su genialidad impresa en imágenes descomunales, tanto interior como exteriormente.
Entonces Buscando a Dory aparece en este horizonte como el reaseguro de Disney sobre Pixar (el momento en que ambas empresas terminan fusionándose es clave en toda esta historia) para consolidar una audiencia en un camino que parece estar regado a futuro por incontables secuelas, precuelas y spin-off, pero también por productos originales que traten de instalar conceptos novedosos. Lo importante en el fondo es siempre el trabajo y el cuidado sobre el producto entregado, y tras la historia de Buscando a Dory hay trece años de laburo, trece años de pensar el por qué una historia merece ser contada. Lo que se ve en pantalla, entonces, es el resultado feliz de ese trabajo, de Andrew Stanton retomando aquel universo para indagar y poner la lupa en el lugar adecuado. Y, fundamentalmente, en descubrir qué hacía indispensable a la película original, su esencia, su espíritu. Porque lo que se observa en cada continuación de Pixar es que no hay una necesidad de extender universos porque sí. El análisis de lo que se va a contar es minucioso. Si Toy Story era sobre la infancia y el paso del tiempo, y Monsters Inc. representa el ala político y social de la compañía, Buscando a Nemo es la aventura y la diversión como revalidación de los personajes y las familias disfuncionales. Cada continuación, entonces, respeta ese espíritu sin por eso apostar al “más de lo mismo”.
Por todo esto es que no estamos ante Buscando a Nemo 2, con el pececito perdiéndose nuevamente, sino frente a Buscando a Dory, donde aquella pez olvidadiza -que antes era secundaria- y su conflicto se ponen en el centro: la búsqueda de sus orígenes, aquello que ha perdido, especialmente su familia. Y no es curioso que a esta altura del camino, Pixar se pregunte por su espíritu y su propia esencia, por qué cosas se han perdido en el camino y qué es lo que hay que recuperar. Y Buscando a Dory responde energéticamente con una historia que reproduce el andamiaje de aquella (es un viaje oceánico con búsquedas multiplicadas de lo extraviado: Merlin y Nemo buscando a Dory, Dory buscando a sus padres), pero que presenta objetivos bien claros. El trabajo de guión es preciso, quirúrgico, y construye un camino repleto de momentos de emoción con set-pieces que reproducen el espíritu aventurero y divertido fundacional. Buscando a Dory está hecha de los mismos materiales que Buscando a Nemo (la road movie, la enorme cantidad de personajes memorables, las imaginativas escenas de acción articulando el relato), por eso inconscientemente opera de una forma singular sobre nuestra percepción: acorta el tiempo, reduce esa brecha temporal de trece años entre una película y la otra, y nos queda la sensación de estar redescubriendo a Pixar, de que no pasaron veinte años, de que somos niños otra vez. La película imprime con sabiduría que la ansiedad por el reencuentro suspende el paso del tiempo. Buscando a Dory trabaja entonces sobre la memoria, sobre aquello que la constituye, y lo hace empecinadamente a través del vínculo entre los objetos y los recuerdos. Pero lo más importante es que hace todo esto mientras vemos a los personajes moviéndose, tomando decisiones, enfrentándose a desafíos, en medio de un diseño de espacios y personajes apabullante por lo precioso, y a una catarata de chistes memorables. La última media hora está entre lo mejor de la historia de Pixar. Y es decir…
Puede que en relación a otros productos de la compañía, Buscando a Dory plantee las emociones y los sentimientos de una manera más básica y directa. En todo caso estamos ante una licencia, un tipo de historia que precisa de estas formas ante otras que pueden permitirse ser más sofisticadas como Un gran dinosaurio, Wall-E, Ratatouille o Toy Story 3. En ese océano inagotable llamado Pixar hay espacio para todo. Buscando a Dory nos invita a sumergirnos con todas las ganas, y a divertirnos como la primera vez.