A zambullirse de nuevo
Con una vuelta de tuerca (la pececita Dory quiere hallar a sus padres), Pixar logra unir ternura y humor.
Bien sabemos que las películas de Pixar -al menos, las mejores- tratan en el fondo o al frente sobre temas que atañen tanto a los más chicos como a los adultos que los acompañan y/o los utilizan como excusa para ver las maravillas que suelen lograr John Lasseter y sus amigos.
En Buscando a Dory, por una cuestión lógica, hay uno que es recurrente, es el mismo que en Buscando a Nemo: el sentimiento de pérdida.
Eramos varios los que nos preguntábamos para qué hacer una secuela de una de las mejores películas de la compañía junto a la saga de Toy Story. Y si bien Buscando a Dory hará miles de millones de dólares en la taquilla y probablemente sea ése el para qué, los cerebros de Pixar le encontraron una vuelta de tuerca, si no original, divertida.
No muestran al alarmista Merlin perdiendo de nuevo a Nemo, sino que tomaron a la pececita azul y amarilla que padece falta de memoria a corto plazo, quien de pronto tiene una imagen de su infancia. Y de sus padres.
Dory, que sí, es más buena que Lassie e incapaz de pensar que alguien puede hacerle daño, se larga a la aventura de reencontrar a sus padres, si se acuerda que los quiere reencontrar, claro.
¿Ingenua? ¿Extremadamente bondadosa y solidaria? Podrán decir que es una soñadora, pero no es la única.
Si Buscando a Nemo jugaba con el relato en paralelo entre lo que pasaba con Nemo en la pecera del dentista -con sus nuevos peces amigos en cautiverio- y la amistad que forjaban Merlin y Dory para ir a buscarlo, aquí el modelo se replica, ya que en algún momento y por alguna circunstancia que no adelantaremos Merlin y Nemo perderán a Dory, y entonces se dará la paradoja de que unos buscan a ésta, y ésta busca a todos (si es que se acuerda).
En lo que también se parecen las dos Buscando es en la calidad de la animación -ha avanzado muchísimo, y el agua parece cada vez más agua-, en la riqueza de los personajes creados para secundar a los protagonistas (el pulpo Hank, que como Nemo tiene una capacidad diferente, ya que le falta un tentáculo, ya merece su propia película), la sorpresa, las vueltas de tuerca, el humor y la ternura.
Es casi imposible que si usted, padre, u otrora niño, disfrutó y aplaudió Nemo, no se conmueva con Dory.
Bajo el mar o en la superficie, lo mismo da. Pixar lo ha hecho de nuevo, cómo no, y los temores se disipan ni bien aparece Dory.