Una de las cuestiones que me parce más difícil de transmitir a las nuevas generaciones en términos de experiencias tanto emocionales como físicas, es el rito de esperar cada semana con ansias la entrega de una publicación determinada: sentir la ansiedad, pasar una a una las páginas (a veces de adelante hacia atrás y en otras ocasiones al revés), sentir en la yema de los dedos la textura lustrosa de cada una de ellas, y el olor a tinta prácticamente recién impresa. Son sensaciones de un mundo que aunque no parezca, no era ni mejor ni peor, simplemente era diferente y queda claro, ya no existe más.