Postal patagónica
Ladislao vive en las afueras de Bariloche y se obsesiona con la historia del huemul, un ejemplar autóctono de la zona en vías de extinción, al que le pone fichas para su supervivencia. Una noche de lluvia, prácticamente a la intemperie, entre mate y mate mezclado con ginebra, convence a su amigo Naza para salir a rastrillar el área en búsqueda de algún huemul. ¿Es Ladislao biólogo? ¿Participa en Greenpeace? No, pero leyó que los huemules son nómadas, así como sus antepasados mapuches. Digamos que el móvil es cierta identificación y los amigos (suerte de Quijote y Sancho, la idea más atinada del film) salen todas las tardes a recorrer los bellos paisajes patagónicos. ¿Encuentran algo? No, claro; nadie espera ver un huemul. El problema pasa por que la película no es documental ni ficción, nunca encuentra su propio ritmo, ni siquiera alguna secuencia climática; los diálogos son pobres, exasperantes, y los actores carecen de dirección. Todo está librado al azar. Buscando al huemul no se pretende más que como una bonita postal de exportación, con las culpas lavadas por un mensaje antiimperialista, proindígena, políticamente correcto.