Buscando un amigo para el fin del mundo empieza de manera impecable: el protagonista, dentro de su coche, escucha por la radio que fue destruida la nave enviada para detener un asteroide que se dirige hacia la Tierra, ya no quedan esperanzas, aunque la emisora seguirá transmitiendo y pasando canciones de rock ochentoso. Dodge hace como si no hubiera ocurrido nada, y su esposa, sentada junto a él, se baja del auto sin pronunciar palabra y lo abandona. De ahí en más, la melancolía será el signo que atraviese toda la película. No es nostalgia, es decir, no el recuerdo de tiempos mejores el credo que define a Dodge y su visión del mundo, sino la melancolía entendida como forma de ver la ruina en el presente, una ruina que parece preexistir a la amenaza de una roca extraterrestre que viene para devorarlo todo. La película, como Dodge, se desconecta, escapa del sufrimiento poniendo una distancia infranqueable entre la sensibilidad del protagonista y el dolor que lo rodea: las cosas son observadas a través de un desencanto amargo, que invita más a la contemplación y el regodeo frente al ocaso de la civilización antes que a la acción y la toma de partido. A Dodge le suceden situaciones, los problemas surgen de improviso o los personajes lo ponen en lugares incómodos, pero a él solo le queda el paseo y el mirar mientras recorre los despojos humanos que anuncian el fin de todo y de todos.
Mientras se ajusta a ese plan, la película funciona muy bien. Steve Carell demuestra una vez más que lo suyo es menos la comedia freak que el estoicismo deadpan, capaz de habitar en géneros múltiples además del cómico (Carell también compone a un personaje distante y apenas humano en la reciente ¿Qué voy a hacer con mi marido?). Esto es: le va mejor cuando mira sin pasión, cuando permanece frío (aunque no insensible) frente a la injusticia o la locura de los que lo circundan. Buscando… hace lo mismo: su lucidez radica en construir una escena desconsolada vista a través de un prisma del hielo, lo que pasa en ese mundo es terrible pero se lo vive y experimenta desde la seguridad y la protección de una actitud distante. El director explota lo patético antes que la tragedia, las notas tristes no faltan y el humor no invita a la carcajada sino a la sonrisa contenida. Justamente, como Dodge: contenido, que se expresa poco y apelando a un cinismo y una desesperanza que se esgrimen casi como máscara que tape la verdadera cada de su miedo. En este sentido, los mejores momentos son los del comienzo, cuando el fin del mundo no es más que un tiempo disponible, flotante que nadie sabe cómo llenar: la duda sobre qué hacer los últimos días de la vida deja que la espera y un vacío gris se cuelen en el relato, configurando un cuadro angustiante pero casi cotidiano, bien lejos del misterio impostado y artie de Melancholia. O cuando esa angustia se presenta como una locura demasiado lúcida, demasiado calculada, como se percibe en la escena en el falso Fridays con sus mozos que atienden drogados e inventan platos y tragos.
Cuando Penny gana peso en la trama, la película, como el mismo Dodge, pierde su centro: ahora el humor será forzado, hay que buscar la risa, encadenar los chistes, hay que mostrarse autoconsciente, hacerse el loco ante la proximidad del final. Una escena que lo grafica a la perfección es la del policía y el arresto: ese encarcelamiento, inútil y ridículo, habría sido otra muestra del absurdo sordo que signa a la película si no fuera por la actuación de Penny tratando de explicarle al policía, ironía mediante y con mucha insistencia, el sinsentido de la situación. Eso, el sinsentido que antes era un clima y una manera de experimentar un mundo pronto a desaparecer, de estar en él, ahora nos es explicado, los protagonistas dialogan como intentando agotarlo, como si hubiera un significado oculto capaz de devolverle a las cosas su dosis de cordura y orden, de inteligibilidad. En ese proceso, claro, aparecen las emociones, las mismas que la película se había esforzado por expulsar o burlar tímidamente, y que ahora están a flor de piel: la relación Dodge y Penny, si bien se tensa desde el principio, cerca de la mitad del relato cobra una importancia y una intensidad desmedida que no está acorde con la personalidad de Dodge y que no alcanza a construirse con éxito. También aparecen personajes imprevistos con la misión de saldar deudas del pasado, de reconciliar al protagonista con la humanidad toda, y acciones cuya brusquedad y arbitrariedad no se justifican narrativamente y que pretenden forzar un drama que la narración esquivó durante su primera mitad. La última escena, llamativamente, es la que más y mejor apuesta por el drama pero encerrándolo dentro de los límites seguros de un plano contra plano donde el que domina es Dodge y su calma, su desapasionamiento: allí, la película recupera algo de la solidez del comienzo sin eludir la tragedia de los personajes (que también es la del resto de las personas, de ahí su fuerza), porque se escucha a lo lejos las explosiones del asteroide que finalmente impacta la Tierra: el final, esta vez sí, despierta emociones potentes pero que se viven desde el desencanto y la contención; allí, Buscando… vuelve, aunque no más sea por unos segundos, a su interesante propuesta inicial.