El futuro en cuestión
El fin del mundo estará nuevamente de moda entre nosotros: un estreno reciente en las salas comerciales y un ciclo que comienza la semana próxima en El Cinéfilo Bar actualizan el estado de un subgénero que siempre sirvió para pensar el tiempo histórico que a sus hacedores les tocó vivir, así como también la naturaleza ideológica del cine, aún en sus peores versiones. Una especie cinematográfica que suele ser injustamente desvalorizada, pues sus películas deben al menos proponer una lectura del presente del mundo para imaginar su final. Hay que recordar al filósofo Slavoj Zizek para comprobar cierta complejidad escondida en dichas obras: “Hoy nos resulta más fácil pensar -por lo menos desde el cine- el fin del mundo que un cambio en el sistema económico capitalista”, afirma con lucidez sin par en el documental “Žižek, The Elvis of Cultural Theory”.
Una tesis que, cada una a su modo, comprueban tanto la comedia Buscando un amigo para el fin del mundo, debut como realizadora de Lorene Scafaria, como el drama distópico 4:44 El último día en la tierra, del gran Abel Ferrara, que el miércoles próximo abrirá el muy recomendable ciclo sobre el tema en El Cinéfilo Bar, programado por el crítico José Fuentes Navarro. La comparación se impone no tanto por el género, sino porque ambas comparten una estructura original, acaso también un mismo espíritu del tiempo que vivimos: aquí, los hombres saben el momento exacto en que se acabará la vida en la tierra, y el dilema pasa por cómo transcurrir esos últimos días u horas que les quedan hasta un final inexorable, que ninguna fuerza podrá detener. ¿Qué hacer si conocemos el momento exacto de nuestra muerte? ¿Cómo reaccionaría la humanidad?
El filme de Scafaria (guionista de la lograda Nick y Norah) intenta hacer de semejante escenario una comedia romántica, lo que constituye casi una contradicción. Su protagonista es Dodge (Steve Carell, efectivo como siempre), un hombre al que su oficio define con absoluta precisión, es vendedor de seguros. En la primera escena, cuando anuncien que ha fracaso la última misión enviada al espacio para detener al gran meteorito que se dirige a nuestro planeta, su esposa se escapará inmediatamente de él. Ocurre que ahora sí sólo quedan 21 días de vida en la tierra, y no es cuestión de desaprovecharlos, aunque al estructurado Dodge le costará romper la rutina: el tipo volverá al otro día a su trabajo, aún cuando allí mismo le caiga un cuerpo en el parabrisas de su auto. E incluso rechazará las fiestas de sus amigos, que ante la noticia se han entregado a los excesos prohibidos y a una liberación sexual absoluta (con el sexo estará fuera de campo). Pero será hasta que aparezca su contrapunto exacto, la despistada Penny (Keira Knightley, un tanto descontrolada), una vecina inglesa con la que terminará compartiendo un viaje en busca del último sueño: reencontrarse con un amor de la secundaria para Dodge, mientras ella ansía ir a Londres con su familia. Formalmente convencional, con primacía del guión en su construcción, Buscando un amigo… postula una continuidad del sistema aún en el apocalipsis: sus protagonistas pueden seguir yendo al súper en medio del desastre, aunque también habrá saqueos, furia, suicidios y cierto descontrol en las calles de la gran ciudad. Las falencias, empero, se encuentran en la construcción del filme, que cuando encuentre su veta romántica abandonará toda aspiración por retratar el mundo a pesar de ser una road movie, y su afición por el absurdo quedará reducida a algunos personajes que aparezcan por el camino, en leves cuotas para no alterar a la audiencia.
Distinta aún en sus semejanzas es la visión del filme de Ferrara. Aquí también hay un tiempo establecido para el desastre: a las 4:44 de día siguiente se acabará toda la vida en la tierra. Es, como explicita el protagonista en un escrito, a causa del velocísimo achicamiento de la capa de ozono, que a esa hora de la madrugada dejará de existir. También aquí sigue funcionando el sistema socioeconómico, aunque sólo queden 14 horas de vida: los protagonistas recibirán incluso comida en su confortable loft, llevada por un inmigrante asiático. Pero aunque el filme transcurra casi totalmente en el departamento, Ferrara sí especulará sobre las reacciones en el mundo: las noticas que llegan por las diferentes pantallas muestran a la religión y el misticismo como último refugio por parte de grandes masas de personas. También habrá respuestas espirituales individuales, particularmente de la pareja de Cisco (William Defoe), la bella Sky (Shanyn Leigh, esposa de Ferrara), quien practica el budismo y a través de su tablet sigue a un guía espiritual que llama a desentenderse del plano material del mundo. El problema es que Cisco no cree en tales concepciones: lo explicitará en algún monólogo decididamente pesimista, bordeando la solemnidad. E intentará volver a la droga para buscar sosiego. Al final, la respuesta de Ferrara también será materialista: los últimos planos muestran hasta qué punto el cine puede especular con realidades invisibles (lo que acaso no implica despreciar la espiritualidad, sino reconocer los límites de nuestro mundo sensible).Pero la gran diferencia con el filme de Scafaria reside en la forma: la cámara de Ferrara es una entidad viva, que se mueve entre las cosas y los seres logrando habitar el espacio, para que los espectadores podamos habitarlo a través de ella, como destaca Fuentes Navarro. El resultado es un filme sin concesiones, que en su perspicacia filosófica y en el virtuosismo de su puesta en escena, mínima pero elocuente, no dejará tranquilo a ningún espectador.
Por Martín Iparraguirre