El típico gusto francés... en films hollywoodenses
Hace cuatro años, la prolífica factoría de productos de acción de Luc Besson consiguió uno de sus mayores éxitos con Búsqueda implacable, sobre un ex agente de la CIA (Liam Neeson) que atravesaba Europa para rescatar a su hija secuestrada. No extrañó, entonces, que Bryan Mills regresara a la pantalla grande en otro guión del propio Besson con Robert Mark Kamen, ahora con Olivier Megaton en reemplazo de Pierre Morel (ambos tan profesionales como impersonales).
Bryan -tan obsesivo y controlador como siempre- intenta que su hija Kim (Maggie Grace) apruebe su examen de conducción, pero descubre que la adolescente está más preocupada por su novio. Mientras tanto, su ex esposa Lenore (Famke Janssen) se ha separado de su pareja y vuelve a mirarlo con buenos ojos. Los tres terminarán en Turquía para lo que, en principio, iba a ser un placentero viaje de reencuentro familiar. Pero el mafioso Rade Serbedzija desea vengar a su hijo y desquitarse de Bryan ¿El resultado? Un nuevo secuestro y otro tour-de-force para el protagonista, que asesinará a las decenas de malvados que se crucen por su camino.
Que los diálogos (sobre todo los del pobre Serbedzija) son imposibles, que la trama es esquemática hasta la torpeza… Nada de eso le importa a las huestes de Besson. Megaton construye un thriller tenso y vertiginoso (ninguna toma dura más de 10 segundos), que cumple con el objetivo efímero, fugaz de entretener durante hora y media. Pero ni cinematográficamente (ni mucho menos ideológicamente) hay aquí nada de sorprendente o renovador.
En la eterna disyuntiva entre arte e industria, esta secuela de Búsqueda implacable está claramente más cerca del producto en serie que del riesgo creativo. Si al lector le alcanza con un film de acción sin baches y concebido con solvencia técnica, puede que esta propuesta le resulte satisfactoria. Para quienes quieren (queremos) algo más, deja gusto a poco.