Segundas partes nunca fueron...
En esta secuela, el protagonista, ex agente de la CIA, debe ser rescatado por su hija, a la que él intentaba rescatar en el filme anterior.
En 2008 se había estrenado Búsqueda implacable , escrita y producida por Luc Besson a la manera de los thrillers clásicos norteamericanos, en la que Bryan Mills (Liam Neeson), un agente de la CIA retirado, tenía que rescatar, contrarreloj, a Kim (Maggie Gracie), su hija, de una red de trata en los bajos fondos de París.
Cuatro años después llega la secuela: el padre de uno de los secuestradores asesinado por Mills planea la venganza e intenta secuestrarlo a él y a su familia durante unas vacaciones en Estambul. A priori la idea de una secuela de aquel thriller apenas correcto parecía un despropósito y de acuerdo a los resultados lo fue.
Si antes se generaba una tensión interesante por las 96 horas de plazo que tenía Mills para encontrar y rescatar a su hija luchando no sólo contra el submundo de la trata de personas sino también contra las fuerzas de la ley de París, en esta secuela el peligro está más desdibujado porque el secuestrado es él y Kim debe ayudarlo.
Esta vuelta de tuerca lleva la inverosimilitud al extremo. Ya en la primera entrega Mills era un héroe invencible, una máquina de matar capaz de zafarse de las situaciones más imposibles. Era el pacto con el espectador: una especie de Jack Bauer desatado en París -¿será casualidad que su hija también se llame Kim y sea un poco tonta?- En esta segunda parte no hay siquiera un esfuerzo por cumplir ese pacto. Mills habla por teléfono con su hija desde su cautiverio y es Kim quien va en su ayuda. El verosímil de acción en la que el héroe es capaz de todo se destruye por el desgano de los guionistas.
Lo peor es que esto no resulta en una película más anárquica y entretenida: lo contrario.
Búsqueda... 2 es menos violenta, más “correcta” moralmente -Mills no le hace daño a inocentes, no tortura a nadie- y las escenas de acción están mucho peor filmadas. Tiene que ver el cambio de director: se fue Pierre Morel y entró Olivier Megaton. Un ejemplo de que no cualquiera es capaz de ser un buen artesano, de que no cualquiera puede filmar una escena de acción y transmitir adrenalina.