Padre de familia
El mundo es un lugar hostil. El ex agente Bryan Mills (Liam Neeson) tiene esa cuestión clara, y por eso puede ser tan pesado con el novio de su hija como justiciero por mano propia con una banda de vengativos forajidos albaneses. Lo que le importa a él es proteger a los suyos, y en esta secuela dirigida por el francés Olivier Megaton y que vuelve a producir Luc Besson el aguerrido personaje regresa al ruedo en las convulsionada Estambul (Turquía), adonde viaja con su ex mujer y su hija adolescente.
La postal turística exótica y amable cambia muy velozmente hacia la lógica de thriller cuando el padre del torturado y asesinado Marko de la primera Búsqueda implacable aparece liderando a un conjunto de matones del tercer mundo para vengar a su hijo. Situación que lleva al correcto y moralista padre de familia Mills a poner en práctica sus “habilidades especiales” para rescatar a su raptada ex mujer y defender a su hija.
La prepotencia policíaco-global de Estados Unidos se encarna así en las andanzas de género de Mills, quien irá derrotando a la secta albanesa a fuerza de golpes, tiros y persecuciones, siempre en pos de mantener la “seguridad” de su afable grupo familiar.
Toda la convulsión dramática y hasta política que puede emerger del enfrentamiento entre dos padres y dos culturas que son capaces de matar por sus hijos se desvanece en esta película de acción que no tiene otro propósito que entretener, más que nada en esa sociedad hija-padre muy poco creíble pero divertida que se comunica mediante teléfonos celulares y es capaz de protagonizar una turbulenta escapada en automóvil.
Lo que no es del todo convincente y tampoco aceptable es que Mills nunca falle, nunca se equivoque y, lo peor, nunca se cuestione su cruzada sangrienta, lo que le resta al personaje la profundidad y humanidad necesarias para convertirlo en un nuevo “clásico”. De ahí que su hija le diga, al presentarle a su novio: “no le dispares, realmente me agrada”. Nunca se sabe cuándo Mills es un padre, y cuándo un asesino.