Un plato frío y rancio
La tercera parte de Búsqueda implacable muestra el desgaste de la idea original, dirigida por Luc Besson y productor de la saga. Siete años pasaron desde el secuestro de la hija del ex agente Bryan Mills; ahora, Bryan (Liam Neeson) y Kim (Maggie Grace) están de vuelta de Europa y llevan una tranquila vida hogareña. Bryan y su ex esposa Lenore (Famke Janssen) han encaminado su relación en mejores términos, cuando Stuart (Dougray Scott), la nueva pareja de la mujer, les advierte que están demasiado juntos. Mills se aleja de Lenore y poco tiempo después recibe su llamado; cuando llega a la casa encuentra a su ex muerta; como si fuera poco con la tragedia, Mills entiende que la CIA y el FBI le tendieron una trampa. Es cierto que Neeson juega con el corazón en todos los papeles y que el rol de vengador ultrajado está hecho a su medida desde Darkman (Sam Raimi, 1990), pero ninguna fórmula resiste tanto reciclaje y el irlandés, que nunca fue, en esencia, un actor para el cine de acción, resulta poco creíble a su edad. Hay algo inverosímil en las escenas de acción que recuerda a Anthony Hopkins en Hannibal, de Ridley Scott. El director Olivier Megaton no fracasa al momento de montar una buena persecución, pero nunca remonta la sensación de que la verdadera trampa va dirigida al bolsillo del espectador.