"CABALLO ENTRETENIDO, PERO ELEMENTAL"
Historia de lucha y superación, de coraje y emoción, la última propuesta de Steven Spielberg es, una vez más, una obra pensada para la familia y, especialmente, para adolescentes. El filme entretiene muchísimo; a pesar de su duración de 145 minutos, el ritmo no decae en ningún momento, ya sea que muestre una instancia de palpitante acción como otra más serena y contemplativa.
Spielberg construye una aventura en la que el caballo del título es estrella absoluta, y se constituye como el hilo conductor a través de varios personajes en la Primera Guerra Mundial, cuyas secuencias resultan apabullantes en cuanto a diseño visual y sonoro se refiere.
“War horse” (Caballo de guerra) relata la asombrosa historia de amistad que surge entre el joven Albert y un caballo al que bautiza Joey. Habiéndolo criado con todo su amor, ambos serán separados: el padre de Albert vende al animal a la caballería del ejército británico para luchar en el frente. Así, Joey será testigo de un sorprendente período de la Historia con la Gran Guerra como telón de fondo. A pesar de atravesar enormes vicisitudes, su intrepidez y bravura serán la fuente de inspiración para aquéllos con los que se cruzan en su camino.
La capacidad y virtuosismo de su director para concatenar diferentes historias es realmente loable, ya que se sigue con mucho interés el recorrido del caballo a lo largo de las vivencias con sus dueños temporales. Ya sea que aprenda a arar con el joven inglés que lo cría, o a huir con dos reclutas alemanes novatos que desertan de su misión; ya sea que conviva con una adolescente francesa que quiere enseñarle a saltar, o con un general alemán que lo obliga a remolcar un tanque; todas las pequeñas vivencias del caballo con estos personajes secundarios logran atraer, divertir y emocionar.
Lo que se le puede echar en cara a Spielberg es cierto estilo elemental, básico, poco sutil en la forma que tiene de poner en escena muchas de las instancias dramatizadas. Cuando el joven que cría a Joey, el caballo, intenta hacerlo arar un campo muy seco y repleto de piedras (de lo que depende que pueda pagar la deuda que tiene su padre), todo el pueblo (¡todo!) corre a ver cómo se las arregla, y encima se larga una lluvia torrencial que aumenta aun más la cuota dramática, mientras el malo de la película se deleita con lo difícil de la situación. O cuando entre un soldado inglés y otro alemán salvan al caballo de la maraña de alambres de púa, todos los soldados ingleses están al pendiente de la cuestión, abriendo camino (coreografiadamente) al paso del caballo y al soldado que, heroicos, salieron airosos de la complicación.
La escena final tampoco es feliz, con el reencuentro familiar, ampulosamente fotografiado con tonos rojos de un atardecer excesivamente post producido y unos abrazos demasiado fríos para una escena dramática de estas características. Todos resultan trazos gruesos, evidentes, obvios, cuasi teatrales que, si lo expreso de manera exagerada, agravian la inteligencia de un espectador al que no le dejan nada por discernir.
La fotografía del polaco Janusz Kaminski capta la belleza del campo inglés y la dureza de la vida en la granja, así como el desasosiego en el campo de batalla, acompañados por la efectiva orquesta de John Williams.
Lo más logrado, sin dudas, en esta realización, es el impactante diseño de producción, más que el flojo guión de Lee Hall y Richard Curtis, basado en la novela de Michael Morpurgo.
Emily Watson y el joven Jeremy Irvin resultan los personajes más sobresalientes de la trama, dentro de un elenco enorme de secundarios y extras, en el que, sin lugar a dudas, el equino es el que se lleva las palmas.
Speilberg logra una obra magnánima en cuanto a despliegue audiovisual y puro entretenimiento, pero deja ver ciertos hilos manipuladores y evidentes que dejan al filme rayando con lo edulcorado y simplón.