Una buena combinación de épica, aventura y valores humanos contada en imágenes
Hay que ser Steven Spielberg para hacer una película de las dimensiones y ambiciones de Caballo de guerra , que remite a los westerns de John Ford, a las épicas de David Lean y a un melodrama como Lo que el viento se llevó .
Eso no es todo. Spielberg utiliza un material ajeno (una novela infantil de 1982 que luego pasó con éxito por el teatro) para dialogar con su propia obra (aquí hay mucho de E.T ., El imperio del sol , La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan ) y para recuperar el espíritu de títulos tan disímiles como El corcel negro y Al azar Baltazar , clásico del francés Robert Bresson.
¿Cómo se entienden tan disímiles referencias? Es que Caballo de guerra no es una película sino varias, ambientadas antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, tanto en bucólicas praderas como en sórdidos frentes de batalla y trabajadas con imponentes tomas aéreas o con una vertiginosa cámara en mano, pero siempre con un gran sentido coreográfico.
Más allá de la multiplicidad de personajes humanos, el verdadero protagonista del film es el purasangre del título, un hermoso equino que es adquirido por unos granjeros ingleses, entrenado por el hijo adolescente de esa familia, pero que al estallar la guerra pasa a integrar la fuerza de caballería. Lo veremos con las tropas inglesas, con una niña francesa y su abuelo y con los nazis hasta llegar a un desenlace impactante que, si el espectador se identifica con la propuesta del relato, también puede resultar conmovedor.
Spielberg siempre ha sido un mejor director de aventuras que de melodramas y, en ese sentido, no siempre acierta con el tono de las distintas secuencias (por momentos exagera, subraya y hasta golpea más abajo de lo conveniente hasta quedar muy cerca de la manipulación emocional). Sin embargo, en su "defensa", hay que decir que jamás esconde nada y que, aun en sus pasajes más torpes y naïves, su cine es siempre de un humanismo y de una nobleza incuestionables.
Además, si algún segmento del público se puede sentir incómodo o hasta irritado por los excesos sentimentales y lacrimógenos de ciertos pasajes, como compensación Spielberg regala varios momentos de notable factura e inmensa potencia (un registro épico amplificado por la fotografía expresionista de Janusz Kaminski y por la banda sonora del veterano John Williams), con el caballo arando la tierra bajo la lluvia, tirando de la maquinaria pesada alemana o con su cuerpo sangrando por el alambre de púa de las trincheras. Porque, más allá de sus evidentes desniveles, estamos ante una bella película sobre el dolor, la violencia, la lealtad y la amistad. Con el sello de uno de los mejores directores en actividad, que ya tiene reservado un lugar de privilegio entre los clásicos del cine.