Se sabe que Steven Spielberg es un maestro en eso de contagiar emociones. Se sabe, también, que a veces exagera con la fotografía o la música, o incluso la puesta de cámaras. Caballo... es sumamente exagerada en todos esos puntos, que se monta sobre la tradición del melodrama clásico -es, como Hugo o El Artista, otra “película sobre cómo eran las películas”- pero aquí los actores contagian una sinceridad notable que le otorga al film otro espesor. El cuento es el de la separación de un joven y su caballo durante algunos años de la Primera Guerra Mundial, y las peripecias del equino hasta que se abre la posibilidad del reencuentro. Es decir, una de Lassie pero con caballos. Pero también una película bélica, o una mirada de la guerra a través de un cuento novelado que va de la campiña inglesa a la sangrienta batalla del Somme. Con todo su diseño y con la tradicional manipulación spielberguiana, Caballo... provoca emociones genuinas y nos introduce en su universo sin cancherear y sin recordarnos, todo el tiempo, que “esta es una película a la antigua”. En cuanto nos enamoramos del caballo y el melodrama épico nos conquista, no hay más preocupaciones. Un film cómodo, es cierto, pero perfecto en sus propios términos.