UN FILM NOIR EN EL PUERTO
El policial fue uno de los géneros más transitados por el cine argentino en su época dorada. Por eso que no sorprende que en el presente el policial, especialmente en su vertiente noir, sea también una de las superficies más utilizadas, aunque ya sin el apego del pasado a los aspectos más estéticos del género y sí con aires de relectura. Caballo de mar se inscribe en esta nueva tradición, en la de tomar aquella caligrafía y traficarla en espacios no habituales. Recientemente tuvimos Agua dos Porcos o Al acecho como ejemplos de relatos negros inscriptos en contextos diferentes. La película de Ignacio Busquier hace eso mismo, utiliza el marco de una ciudad portuaria para mover sus fichas, poniendo a un inocente a jugar un juego amoral donde los lados de la justicia se retuercen invariablemente y donde una mujer es el ancla que pega al protagonista a la tragedia.
Rolo (Pablo Cedrón) es un obrero marítimo que queda varado en aquella ciudad. Mientras toma unos vinos en un bar, un desconocido le promete unos pesos para participar de un “trabajito”, pero termina golpeado, inconsciente y con su barco ya en altamar. Será el policía Loyola (Alfredo Zenobi) el que lo presionará para que encuentre a aquel que se cruzó en el bar, acusado de robarse la recaudación de un supermercado. Hay una fuerte impronta estética en la película de Busquier, con la fotografía de Fernando Marticorena logrando climas tensos en espacios turbios y cerrados, o aprovechando la luz de la zona rural en la que termina Rolo. Hay entre esos viajes de la luz del campo -lugar de reposo del antiheroico protagonista- a la oscuridad de la zona portuaria -espacio donde se entrelazan los tratos entre los personajes- un aprovechamiento de los recursos cinematográficos para contener el relato en la incógnita que el noir siempre propone. Es esa tensión la que vuelve interesante el relato de Caballo de mar, que apuesta por la sustracción de información a riesgo de perder rugosidad en el camino. Ese es, también, uno de los males de cierto cine periférico cuando aborda un registro genérico tradicional: no animarse a tirarse de cabeza a los códigos reconocibles, tal vez queriendo escapar del clisé. Caballo de mar lo hace por momentos, apostando por lo osbservacional en el transitar del confuso Rolo. Por eso, además, que la resolución de los conflictos, que es bastante convencional, le haga perder un poco de fuerza.
Claro que Busquier cuenta con una pieza distinguida, que es la de Cedrón. Actor enorme que lamentablemente murió hace unos años, había una oscuridad en su mirada que no fue aprovechada del todo por nuestro cine, aunque tal vez Fabián Bielinski lo entendió todo cuando el regaló aquel villano de El aura. Pero, además, Cedrón tenía una gracia en cuerpo (era un comediante notable) que se emparentaba con lo chaplinesco. Su andar a caballo aquí lo presenta de cuerpo entero y le aporta a la película un carácter grotesco que sirve para humanizar a un personaje que, a veces, en esta necesidad por no decir mucho no termina diciendo nada. Cedrón aporta aquí la oscuridad y lo diáfano, se carga la película sobre la espalda y la lleva a buen puerto.