Perdido en la Patagonia
Antes que nada informemos: Cabeza de ratón es la segunda parte de una trilogía iniciada en 2012 con La parte automática, ambas dirigidas por Ivo Aichenbaum, y cuyo tema principal son algunos hechos trascendentes en la vida del director.
Vayamos directamente a Cabeza de ratón, donde Ivo termina de estudiar en Buenos Aires y decide regresar a vivir en Río Gallegos, ciudad que supo ser su hogar. Antes de viajar se entera que su amigo Pablo Chori se había suicidado. Claramente hay allí una historia, un amigo que decide morir en una provincia como Santa Cruz con su altísimo índice de suicidios de jóvenes (sin ir más lejos, la ola de suicidios en Las Heras). Pero Aichenbaum además va a encontrarse con otras dimensiones de su pasado en una ciudad atravesada no por 12, sino que por 25 años de kirchnerismo. Esto de alguna manera es lo que quiere enmarcar Cabeza de ratón, todo junto en relación y con un sentido último.
El primer problema de la película es que su realizador no confía del todo en el artefacto cinematográfico. Más allá de que el documental esté filmado en el tono adecuado, con la fotografía justa (Aichenbaum sin dudas sabe filmar), las imágenes están para ilustrar un texto ampliamente meditado que es leído por el director, que graba en una voz en off un tanto impostada que parece de una especie de Aliverti recién levantado y demasiado confesional.
Este texto que escuchamos durante casi todo el metraje es el que contiene la sustancia más importante de la historia que se nos quiere contar. Es un texto bien construido a pesar del tono didáctico que adquiere cuando habla de política. Si hay una falla importante en Cabeza de ratón es su manera de encarar los temas políticos, porque mientras mantiene un resquicio de especulación y ambigüedad en cuanto a los temas personales, cuando habla de política local nos arroja una serie de frases y datos bien digeridos tendientes a comprobar la tesis apolítica del film. Además se nos muestra una serie excesiva de spots publicitarios del gobierno de Kirchner como intendente de Río Gallegos, que por supuesto evidencian el cinismo y el eterno oportunismo del que es capaz el Frente para la victoria, pero también nos muestran una película estirada innecesariamente que no termina de hacer pie en sus concepto explícitamente políticos.
En su regreso a Río Gallegos, Ivo Aichenbaum parece no poder recuperar nada, tal es el desencanto y el desarraigo. Esa sensación de que de algunos lugares uno se va para siempre es quizás lo más intenso que aporta Cabeza de ratón, pero a la que se llega al principio cuando nos enteramos de la muerte de Pablo. Luego la película se va perdiendo junto con la historia de ese amigo muerto en un mar de soliloquios y lugares comunes sobre la política, una confusión que la termina disolviendo y hasta la vuelve tediosa por momentos.