Otra más de exorcismos y persecuciones, esta vez ambientada en los alrededores del año 1300, donde Europa era castigada por la peste negra y habían acabado las cruzadas en Medio Oriente.
El principio del film promete mucho, despierta expectativas, ya que rápidamente se puede asociar, tanto desde la imagen como del relato, a algún acercamiento al texto de Arthur Miller “Las Brujas de Salem”, escrito en la década de 1950 como una gran alegoría sobre el mccarthismo.
En esta primera escena un representante de la Iglesia intíma a confesar a varias mujeres sus actos de brujerías, estas se niegan, salvo una, la más joven, que confiesa tras la promesa de perdón. Igualmente todas son ajusticiadas siendo colgadas desde un puente. Todo en tono bastante realista, según narraciones de la época de la Inquisición, no siendo esta ni la primera ni la última de estas practicas persecutorias.
Toda las expectativas empezarían a desmoronarse ya al final de la primera secuencia, así de corta es la “beatitud” de la película.
Luego del corte conocemos a nuestros héroes, Behmen (Nicolas Cage) y Felson (Ron Perlman), ellos son dos guerreros al servicio de la Iglesia durante las cruzadas. Cuando su capitán da la orden de matar a toda una población, cuyos integrantes eran sólo mujeres, niños y ancianos, se niegan y terminan siendo dos desertores que, luego descubiertos y apresados, se encuentran en la obligación, para ser liberados, de transportar a una bellísima joven, acusada de brujería, para ser juzgada y condenada.
En esta travesía serán acompañados por otros personajes, salidos de otra películas, un joven que sueña con ser nombrado caballero, un hombre al que se le murió toda la familia y busca venganza y un guía ¿turístico?
Por lo que hasta ese momento era un film de aventuras, lineal, de estructura clásica, se convierte en una road movie medieval, con una mezcla increíble de géneros cinematográficos, western, terror, cine fantástico, acción, y un toque de suspenso que mueve a risa más que a misterio, por lo que termina siendo cualquier cosa, incluyéndole al diablo en persona.
Es tal la falta de respeto por el espectador que desde el montaje, donde los errores de continuidad son sorprendentes, hasta la dirección de arte, en el cual en plena Siria del siglo XIV las construcciones son europeas del siglo XVI. Todo del orden de lo paupérrimo. Eso sí, las escenas de acción están muy bien filmadas, los paisajes son muy bellos, todo en orden de lo hueco.
Ni hablar del intento de guión y que decir de las actuaciones, el sobrevalorado Nicolás Cage pone un rostro vendedor, con sus únicos dos gestos posibles. Se salvan de la quema, simbolismo incluido, el gran Ron Perlman, el recordado Salvatore de “El nombre de la Rosa” (1986) y Claire Foy, una actriz promesa a tener en cuenta.