La bruja que lo parió
Una de las primeras escenas de Cacería de brujas resume buena parte de lo que podría haber sido el filme pero nunca fue, y lo que termina siendo. Es antes de una batalla, entre dos grandísimos ejércitos, durante las Cruzadas. Mientras un sacerdote grita a los cuatro vientos, arengando a la tropa sobre cuán necesario es aniquilar a los infieles, Nicolas Cage y Ron Perlman –obviamente, primeros en la fila del ejército- hacen apuestas sobre cuál de los dos se va a cargar más enemigos, sin prestarle la más mínima atención a lo que dice el cura. Ahí se entrevía la chance de una aventura descontracturada, que apostara a la pureza de los géneros, buscando generar excitación o suspenso en el espectador, dejando de lado los discursos maniqueos. Pero no, toda la batalla es filmada luego con tono épico serio y ceremonioso, y así durante el resto de la película, que cuenta cómo un grupo de hombres tiene que trasladar a una supuesta joven bruja a un monasterio para que la juzguen.
Hay que aceptar que el Medioevo siempre fue una época problemática para Hollywood: muy alejada y ajena como para lograr la empatía necesaria –a diferencia del western, por ejemplo, que consigue reflejar sin dificultades las vicisitudes de la conquista del Oeste-, encima no era tan grata y provoca cierta incomodidad, por las guerras religiosas y la Inquisición, lo que promueve inmediatamente la necesidad de reflexiones serias. En los últimos tiempos, por ejemplo, Ridley Scott trastabilló con Cruzada y su necesidad de verter analogías con la contemporaneidad, que hacían mucho, demasiado ruido. En cambio, uno que logró salir bien parado fue Richard Donner, con la adaptación de la novela de Michael Crichton Rescate en el tiempo, donde el relato sólo se detenía lo mínimo indispensable para la reflexión, primando siempre la acción, la aventura y el romance, y contando con la ventaja de que el viaje en el tiempo posibilitaba la mirada moderna hacia una era donde el pensamiento era totalmente distinto al nuestro.
A Cacería de brujas le sucede algo parecido a Cruzada: nunca consigue ponerse en el lugar del habitante de la Edad Media, no comprende realmente sus códigos y por eso necesita a cada rato aportar alguna clase de análisis crítico. Y encima, ese aporte reflexivo no pasa de “ay, pero que fea era la Edad Media, donde quemaban a la gente sin un juicio justo y se asesinaba a gente inocente en nombre de Dios, y muchos pobres guerreros quedaban re traumados por hacer cosas tan tremendas, lo cual está muy lejos de lo que se supone que es Dios”. Habría que preguntarse realmente cuánto y de qué manera se pensaba a la religión católica, los códigos y valores morales, las reglas de la guerra, etcétera en esos tiempos. Y no trasladar nuestro pensamiento a esa etapa de la Historia, tratando de encajar un cuadrado en un círculo.
Para colmo, tenemos a un director como Dominic Sena, cuyo mayor logro hasta el momento ha sido Swordfish: acceso autorizado (filme que sólo zafa gracias a un par de escenas de acción bastante alocadas y un elenco muy sólido, donde destacaban John Travolta y Hugh Jackman), y que en el medio entregó bodrios como Kalifornia, 60 segundos o Terror en la Antártida. El realizador no comprende el material que tiene a su disposición, no consigue divertir, estimular o asustar. Bueno, sí consigue aburrir, incluso en el desenlace, donde la vuelta de tuerca resulta ser una pavada absoluta y los efectos especiales hilarantes de tan poco creíbles. Incluso, se termina avalando indirectamente el pensamiento retrógrado de la Iglesia.
Queda finalmente por preguntarse por qué demonios se producen estas cosas, cuáles son las razones que avalan su estreno por encima de otros filmes que lo merecen mucho más o si no les dará un poquito de calor a Cage, Perlman o Christopher Lee aparecer en piloto automático en estos productos. Cacería de brujas sólo sirve para volvernos a dejar en claro que hay demasiadas cuestiones en el contexto del cine actual –y más específicamente, en la cartelera argentina- que aún no hallan solución. Quizás lo de las hogueras no era tan mala idea, después de todo.