Relato inteligente, bien realizado y apropiadamente entretenido
Cuando un género, temática y/o estilo en cine, va desapareciendo de a poco es casi instintivo por parte de especialistas, críticos, historiadores y espectadores, tratar de revivirlo haciendo alguna referencia.
Ahora parece que se puso de moda decir que en Noruega hay directores que hacen cine negro como si fuera parte de una nueva corriente. Uno mira hacia atrás en el tiempo, recordando los clásicos basados en historias de Hammet o Chandler, y no entiende como puede emparentarse eso con lo de hoy porque ni siquiera es pasible de colocarle el rótulo de “evolución”. El cine negro es como el blues. Puede estar técnicamente mejor grabado, pero la esencia es la misma. Casi calcada.
Hecha la aclaración de por qué, para quien escribe, “Cacería Implacable” no es cine negro, si cabe decir que estamos ante un gran ejemplo de aquellas viejas películas de intriga y suspenso de personajes con características de inolvidables.
Roger (Aksel Hennie) es un hábil, inteligente y astuto ejecutivo. Lo que se conoce como “cazador de cabezas” en tanto mentes talentosas. Entrevista perfiles para colocarlos en grandes corporaciones. Hasta ahí, la misma temática de “Headhunter” (2009), oriunda de Dinamarca, que pudimos ver el año pasado en el 2º Festival de Cine Escandinavo. Sin embargo, en lugar de ir hacia el lado trágico de esta última, los guionistas Lars Gudmestad y Ulf Ryberg le adosan a “Cacería implacable”,y al personaje protagónico, algunos detalles fundamentales para construir un relato realmente interesantes, entretenido y sobre todo renovador para una cartelera tan castigada.
Roger tiene un importante complejo de inferioridad, debilidad por las mujeres despampanantes y, sobre todo, una creciente necesidad de mantener una calidad de vida muy por sobre su sueldo. Para llegar al deseado status encuentra en el robo sistemático de pinturas (en complicidad con un jefe de una empresa de seguridad), la forma de adquirir un dinero extra. Nunca alcanza, y como dice él mismo al principio, puede que aparezca una de esas oportunidades para salvarse y colgar los guantes (blancos), aunque si sale mal el riesgo puede llevar a consecuencias fatales. La cautela frente a la tentación irresistible, querido lector.
Aparecerá Clas (Nicolás Coster-Waldau), un posible candidato a cubrir un puesto importante y, de paso, cubrir el rol antagónico para que la fórmula funcione.
Siempre es menester por parte del realizador saber nutrir a personajes como estos, no sólo de la suficiente dosis de empatía con el público, sino de saber elegir a quien lo interprete. Aksel Hennie (con un aire a Christopher Walken, de joven y más bajito) tiene en su impronta un humor natural y una gran capacidad de asumir las situaciones extremas con una frialdad inquietante. Podría quedar allí, pero Morten Tyldum supo elegir con acierto al elenco secundario para darle vida a una historia en la que saldrá ganando el más calculador.
La forma clásica de la realización remite a un estilo romántico y poco frecuente en estos tiempos. Podríamos encontrar ejemplos en la década del 50 en Hollywood o, más acá en el tiempo, en aquella brillante remake de “El caso Thomas Crown” (1999, de John McTiernan.
Usted deberá entrar en la sala esperando ver una historia bien narrada, con el ritmo y la dosis justa en todos los rubros, creíble, entretenida y especialmente bien actuada. Todo esto bien vale el precio de la entrada. Puede aprovechar ahora, antes que la versión yanqui con Mark Whalberg (espero estar equivocado), le quite todo signo de vitalidad y frescura.