La empatía de la huida
De vez en cuando llegan a la cartelera especímenes de esa poco acostumbrada y bienvenida categoría que es el cine europeo de género, así como el año pasado sucedió con el filme austro-alemán Sin escape o con la nórdica trilogía Millenium o hace poco con la franco-suiza Cómplices. En este caso, Cacería implacable supone la tercera película del noruego Mortem Tyldum, quien concibe un thriller de relojería alimentado de vueltas de tuerca nunca excesivas, siempre felices e inteligentes.
Obsecuentes en su misión y a la vez silenciosamente discretos como el realizador, los enemigos protagonistas de Cacería implacable se definen en torno a la dualidad que separa al que huye y al que persigue: Roger (Aksel Hennie) es un cazatalentos exitoso que para financiar su glamorosa vida mantiene una dedicación paralela ilegal, el robo de obras de arte; Clas (Nikolaj Coster-Waldau, el Jamie Lannister de Juego de tronos), mientras tanto, aparece de un día para el otro como un severo rival que no sólo parece acostarse con la bella mujer de Roger, sino que posiblemente también trama junto a esta un oscuro complot para asesinar al ladrón.
Pero por suerte nada está del todo esclarecido en este filme de bien manejado suspenso y peripecias persecutorias al borde de la hilaridad que recuerdan al mejor Verhoeven: la escena de Roger sumergiéndose de cuerpo entero en un burbujeante depósito de materia fecal bajo una letrina rural mientras Clas inspecciona el rústico baño a punta de pistola sólo puede ser superada por el escape de Roger unos momentos después a bordo de una especie de tractor que carga atravesado en una de sus púas al bamboleante perro del perseguidor. Y ese es sólo el comienzo.
Por si fuera poco, la película también desarrolla un subargumento acerca de la empatía y la capacidad de amar de uno u otro malhechor (cuestión que desemboca en el ligeramente edulcorado final, tal vez el único paso en falso de toda la cinta), equiparable a la humanidad cómplice del director noruego hacia el espectador agradecido.