Para atrapar al ladrón
Roger no es exactamente “el hombre equivocado”, pero podría haber sido perfectamente un personaje hitchcoiano: ladrón bon vivant con doble cara (por un lado ejecutivo de una empresa, por otro, traficante de pinturas), está casado, sin hijos (dato no menor) y tiene una amante. Vive en una mansión que su sueldo no le alcanza para poder pagar, pero le da todos los lujos a su bella mujer que lo supera por una cabeza de altura. A pesar de que se trata de un criminal, sentimos simpatía por este pequeño burgués que se cree más inteligente que el resto de los personajes, hasta que aparece Clas Greve, su opuesto alemán. Roger es intelecto puro. Clas es fuerza bruta. Cuando Roger cree poder engañarlo y robarle una pintura original al mismo tiempo que lo evalúa para entrar en su empresa, se ve envuelto en una conspiración donde Clas desea borrarlo del mapa, y por lo tanto lo termina persiguiendo por campo y ciudad, lo cual provoca que el personaje esté yendo de un lado para otro como Cary Grant en Intriga Internacional.
A simple vista, se podría analizar que el juego del gato y el ratón está un poco agotado en el cine. Sin embargo, hace tanto que no se ve un ejemplo tan genuino y respetuoso de este tipo de argumentos, que la ausencia de otros exponentes convierten a esta producción noruega en una propuesta por demás atractiva.
En primer lugar porque cuenta con un guión redondo, sin fisuras en donde prácticamente no quedan cabos sueltos. Segundo por el carisma y simpatía del protagonista (interpretado maravillosamente por Aksei Hennie, un tour de force físico, un clon de Christopher Walken joven con un cierto aire de Tobin Bell y Steve Buscemi). Se trata de un ladrón de guante blanco similar al Steve Mc Queen de Thomas Crown o al Grant (nuevamente) de Para Atrapar al Ladrón. Tercero, el ritmo continuo y las vueltas de tuerca, muchas veces sorprendentes.
Morten Tyldum se guarda varias cartas bajo la manga, y a pesar de proponer un relato bastante clásico, convencional visual y cinematográficamente hablando, también desarrolla escenas netamente bizarras, trash que le aportan una cuota de humor efectivo e ingenioso.
Además de que se trata de una narración solvente con interpretaciones creíbles (hay situaciones bastante inverosímiles, pero pasan inadvertidas), vale destacar el acertado timing del director para suministrar tensión y adrenalina a las escenas de persecuciones que no tienen nada que envidiarle a las superproducciones de Hollywood.
Cacería Implacable es un film inteligente e ingenioso que le debe mucho a Hitchcock y al Spielberg de Minority Report, que aprovecha el absurdo y ridículo para satirizar las batallas corporativas, el espionaje industrial y la cultura pictórica. Una obra de suspenso, que no le tiene miedo a las vísceras y las explosiones sangrientas, a llevar al protagonista humillarse y flagelarse continuamente. Si bien el agregado de algunas escenas sentimentaloides sobre el final impiden que el relato tenga el mismo nivel de ligereza, y otras escenas se convierten en demasiado discursivas y explicativas, todo es funcional para que no haya huecos narrativos.
La influencia del maestro del suspenso psicológico sigue presente hoy en día, ya sea en la industria estadounidense o el prominente cine comercial escandinavo.