Hay dos formas de acercarse a este producto, como uno más de lo peor que se haya realizado dentro del más acérrimo clasicismo del terror en las últimas décadas o, en una segunda opción, como de una gran broma sobre las producciones de los anteriores veinte años o del mismo género.
La primera posición es aquella que le producirá un fastidio insoportable a partir de los 15 minutos de comenzada, donde la previsibilidad del relato es tan evidente que uno sólo espera que le muestren el cómo, no quienes ni cuándo ni en que orden van a ir muriendo. Aquellos a los que el género no los fanatiza, pero están dispuestos a dejarse llevar, esta es una oportunidad más que loables de vivir esa experiencia, sino no están, o no se sienten, preparados para ello, deberían abstenerse,
La segunda posición dependerá asimismo, y mucho, de cómo se observa la primera secuencia, todo un homenaje a “scream”, o una mala copia de él, y a partir de ahí todo en tono de lo ridículo, gracioso, los diálogos casi rayando lo idiota, o el cliché más barato, pero algo la transforma en diferente, la intencionalidad impuesta por el director de promover en forma constante y permanente la ausencia absoluta de esa solemnidad que impera en la mayoría de las producciones que responden al género del terror.
La historia comienza cuando, para celebrar su trigésimo quinto aniversario de su boda, los Davidson deciden escaparse a su casa de campo, junto sus hijos y sus respectivas parejas.
Todo parece estar instalando en una vida familiar de lo más normal, con secretos, mentiras, competencias, y cuestiones sin resolver. La cena es el momento propicio para que salgan a la luz antiguas rencillas entre hermanos, a los que sus respectivas parejas parecen trabajar como contrapeso, pero en la mitad de la comida son atacados por un trío, el mismo que vimos en esa primera escena. Este grupo de asesinos, todos ellos enmascarados con cabezas de animales típicos del lugar, empiezan a perseguir a uno por uno a los integrantes de la familia.
Cuando llegan las primeras muertes ¿será casual que el primero es un personaje que se define como director de cine documental? La perturbación e incredulidad se apodera en las víctimas, pues son para ellos inexplicables estas agresiones irracionales.
El filme no intenta mostrar más de lo que expone, casi no hay segundas lecturas, sin embargo la historia le da la posibilidad de deslizar algunas cuestiones sociales, culturales, ir como nombrando algunos rasgos humanos o más que humanos, rivalidad, rebeldía, afectos, deseos, ambiciones y el Dios dinero que mueve montañas ¿o era la fe?
Son estas mismas cuestiones las que van en algún punto dando la línea de lo previsible en el texto, lo que no influye en demasía sobre el resultado final, pues esta trabajado desde el humor, el sarcasmo, como dice el axioma “a veces la familia puede semejarse a una cámara de torturas”. Desde este lugar, y como por arte de magia, lo imprevisible se instala en un personaje cuando, dando rienda suelta a su verdadero yo, se muestra cómo un verdadero John McCLane (personaje protagónico de “Duro de matar”, 1988), todo un artista del escapismo y supervivencia que da vuelta la relación y convierte a los cazadores en perseguidos, lo que derivará en la sátira.
No por intentar mostrarse como diferente la producción deja de lado todo aquello que lo certifica, sangre, cuerpos despedazados,y la utilización del exabrupto sonoro para incrementar la sensación de miedo.
Se podría decir que hasta parece un filme de formula, de hecho lo es, sería que entonces las bondades estarían en la calidad y dosificación de los productos (elementos) elegidos, entre ellos la selección de actores no demasiado conocidos ni modelos para armar, pero que cumplen con darle veracidad a las acciones que aplican.