Debut en la ficción de Lucía Vasallo -directora de los documentales Transoceánicas, Línea 137 y La cárcel del fin del mundo-, Cadáver exquisito tiene como epicentro a la obsesión patológica de una joven maquilladora que encuentra a su novia flotando inconsciente en la bañera de su casa y entra en crisis. La historia de la película se desarrolla a partir de ese punto de partida traumático y avanza a tientas con la premisa explícita de correrse de las narrativas más convencionales: juegos de dobles y apropiación de identidades ajenas, el mundo del sadomasoquismo, la curiosidad de un personaje afectado por el trastorno genético del albinismo e incluso algunas indagaciones superficiales sobre el papel de la oxitocina en su comportamiento.
Pero ese afán de inclinarse por perturbar al espectador con un clima de constante extrañamiento queda por encima de establecer con convicción un relato que siga alguna lógica: en algún momento, la sucesión de escenas inconexas confunde e incluso provoca el ingreso del film en el terreno de la comedia involuntaria (en ese sentido rankean alto las escenas protagonizadas por un grupo de danza butō, cargadas de solemnidad pero al borde de la parodia). En ese marco complicado, Sofía Gala se mueve con más soltura que la debutante Nieves Villalba, exigida por un papel con unos cuantos ribetes extravagantes. La voluntad por elaborar un discurso singular siempre es valiosa, pero aquí el peso de las arbitrariedades conspira notoriamente contra su despliegue eficaz.