Cada tanto el cine argentino entrega una película que, lejos de la voluntad mayoritaria de contentar a propios y extraños a través de relatos inofensivos y políticamente correctos, propone un viaje desconcertante, oscuro, perturbador y con una proverbial capacidad para envolver al espectador en una telaraña de incomodidad. Tal es el caso de Cadáver exquisito, debut en el largometraje de ficción de la realizadora Lucía Vassallo (Línea 137, La cárcel del fin del mundo).
Película de ambientes fríos y desangelados, Cadáver exquisito arranca con la maquilladora Clara (Sofía Gala Castiglione) encontrando a su novia Blanca (la debutante Nieves Villalba) flotando en la bañera. Si bien no hay un diagnóstico claro, la mujer queda internada en un coma profundo, dejando a Clara sin su ancla de estabilidad.
Es en ese contexto que ella comete el error de hurgar en su celular, donde se agrupan varias ventanas de chats con hombres. Es, pues, el principio de un recorrido hacia las tinieblas del mundo interior de esa mujer frágil que empieza un proceso de transformación total –mental, físico, espiritual– a raíz de la flamante certeza de que su novia no era quien decía ser, el inicio de una vida muy distinta a la aparente perfección de la relación que reflejan los flashbacks.
Con ecos del cine de Brian De Palma por su idea nodal de lo duplicado y de la apropiación de identidades, Vassallo construye una película de climas inquietantes que reflexiona sobre los límites entre el amor romántico y el amor tóxico a través de la insana curiosidad de Clara de saber más sobre esa mujer que decía amarla. Una curiosidad que llevará hasta las últimas consecuencias, aunque le cueste todo atisbo de cordura, y que la directora observa con la misma frialdad con que Clara –puro silencio, puro misterio– es absorbida por su locura.